Maitena dice "hasta pronto"
La ilustradora argentina anuncia su retirada temporal al presentar 'Curvas peligrosas II'
Maitena abandona las viñetas. Por una temporada sin duración definida. Así lo anunció anoche en Madrid la ilustradora argentina, de apellido vasco, con aspecto de chica-bien italiana y de quien se piensa que vive en Barcelona, cuando en realidad su morada la tiene en un pueblecito de Uruguay.
Presentaba ante un público joven, devoto y sentado en el suelo, su última obra Curvas peligrosas II, además de una exposición escalerada, esto es, desplegada en paneles a lo largo de los tramos de escalera de Fnac, centro comercial cultural de la calle de Preciados, 28.
Maitena Burundarena (Buenos Aires, 1962), hija de una arquitecta y de un ingeniero y ministro, se mostraba ayer relajada y amable. No quería que alguien hablara bien de ella, como suele ser costumbre en las rituales presentaciones de libros, y optó por dejarse entrevistar por los asistentes, entre los que se hallaban algunos niños.
Una exposición relata el modo de trabajar de la autora de 'Alteradas'
Explicó Maitena con detalle cómo alumbra esos textos y dibujos que se han convertido en crónicas pequeñitas de la vida cotidiana de las mujeres; o de ella misma, asombrosamente parecida a uno de sus principales iconos: el de una dama joven, de nariz pronunciada, incisiva a ráfagas como las del peinado de su cabello rubio vivo, apegada al presente y que se expresa con una ironía teñida de nostalgia.
"Escribo un guión, le busco una estructura y hago varios bocetos a lápiz de cada cuadrito. Reduzco o amplío los dibujos, los corto y los calco con la ayuda de un ordenador, una impresora y un tablero de luz; los paso a un papel más pesado, primero en lápiz, después con plumín y tinta china. Escaneo una lámina, la enfoco y la pinto con photoshop".
Éste es el proceso que Maitena reemprende durante varios días cada semana, para entregar sus obras los viernes. "A veces, una sola viñeta me lleva a pintar hasta 17 dibujos previos; los primeros son feos, pero luego los voy retocando hasta conseguir el resultado", precisa.
Tal es el rito creativo del que, ahora, confiesa mostrarse un poco cansada. Pocos de sus lectores se hacen una idea del reto, incluso moral, que implica dibujar para la prensa un pequeño editorial cada día. "Por todo ello, necesito tomar distancia de lo que hago", afirma. "Desde siempre soñé con concederme un año sabático para pasear, oír música, contestar a los correos electrónicos de mis amigos... todo lo que añoro y ahora no puedo hacer".
No mostraba fatiga, sino un convincente cansancio, el mejor para hacerse perdonar la ausencia anunciada y para preludiar un futuro distinto, en el que no descarta dedicarse sólo a escribir. Su despedida, temporal y dulce, causó también una dulce consternación entre el público, que había hecho cola para escucharla y conocerla de cerca. Es el caso de Macarena, una enfermera onubense que comenta: "Me encanta su humor suavemente ácido".
La velada fue tan afable como su protagonista, que brindó confidencias amistosas sobre sí misma. Con voz levemente ronca, admitió haberse operado de las cuerdas vocales: "Me quedé muda, y eso, para una argentina como yo, adepta al psicoanálisis, significaba algo". Para añadir luego: "En este oficio mío, con el correr de los años te vas haciendo menos graciosa y cada vez más reflexiva".
Pero, para hacer más llevadera su partida, invitó a los asistentes a bailar. Y dejó caer, con sonrisa cálida, una pregunta retadora: "¿Es cierto que los madrileños no bailan?".
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