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Reportaje:VELA | Vuelta al Mundo

"Una ballena, un tiburón..."

La tripulación del 'Movistar' desconoce contra qué chocó y el barco será reparado en Portugal

"Íbamos deprisa, muy bien, a tope, pero sin hacer el loco. Llevábamos mucho rato navegando a 25 o 30 nudos, con viento de popa de 40. Habíamos hecho unas 280 millas en 12 horas, un tiempo de récord. Y, de repente, cogimos una ola grande, de siete u ocho metros. Caímos y, al entrar en la siguiente ola, se oyó un ruido terrible, más fuerte de lo normal, un pantocazo (un oleazo) muy grande..."

Varado ayer en Portimão, ciudad de vacaciones del Algarve, Xabi Fernández, tolosano, el strimmer del Movistar, relataba así el susto y el disgusto sufrido por la tripulación del equipo español el domingo, a las cuatro y media de la madrugada, cuando su velero iba en cabeza de la Vuelta al Mundo: según confirmó ayer el sistema GPS de la organización, llevaba en ese momento siete millas de ventaja al segundo y estaba en la latitud de Lisboa.

"Estábamos nerviosos con la hipótesis de que un simple 'pantocazo' hubiese provocado esto"
"Íbamos sin hacer el loco, en tiempo récord. Y, de repente, se oyó un ruido terrible"

Pero justo en aquel momento, en aquella ola de siete metros, se acabó la felicidad. Aunque dicen que la fibra de carbono es un material muy ligero, muy resistente y muy flexible, los españoles Fernández y Pepe Ribes y sus ocho compañeros de equipo vieron con pavor aparecer dos grietas, o deslaminaciones, de unos diez centímetros cada una en las tripas negras del barco; más en concreto, en los dos soportes de los dos enormes bombas hidráulicas que mueven la quilla pivotante, de cinco toneladas de peso. También estaba tocado el mamparo principal, que aguanta los esfuerzos del mástil, de fibra de carbono, como todo lo demás, y 31,5 metros de altura.

El capitán, el holandés Bouwe Bekking, mandó parar al Movistar, y el velero, precioso, estilizado, pura fibra, de carbono, llegó a Portimão para ser analizado a fondo y decidir qué hacer: si repararlo rápidamente y volver al agua para tratar de puntuar en esta primera etapa Vigo-Ciudad del Cabo -si llegara el quinto, obtendría un punto y medio y la última Vuelta al Mundo se decidió por un margen muy estrecho, "pero podríamos llegar incluso cuartos porque la etapa dura 19 días y 6.000 millas y nadie está a salvo de un accidente", decía Fernández- o si renunciar a los puntos, desmontarlo todo, montar las piezas en un carguero o en un avión Antonov y viajar cómodamente hasta Suráfrica.

Después de barajar todas las posibilidades y recibir el informe del responsable de estructuras de Farr, Pedro Campos y Bekking decidieron ayer que el Movistar permanezca en Portimão para completar su reparación. Aunque la idea de incorporarse a la regata después para tratar de llegar los quintos a Suráfrica parece ya imposible.

Una ola, o lo que fuera aquello, había parado en seco la carrera de esta fastuosa carabela del siglo XXI, pura tecnología punta, que ha costado de serie 200 millones de euros y ha sido diseñada por un equipo de dibujantes e ingenieros de lujo al mando de Bruce Farr, genio del diseño neozelandés convertido ya en marca: su empresa ha creado cuatro de las siete embarcaciones que participan en esta Vuelta al Mundo a vela.

Dos de ellas partieron de Vigo el domingo como favoritas: la Movistar, que comanda el experimentado patrón holandés Bouwe Bekking, con cinco Vueltas al Mundo, y la estadounidense Piratas del Caribe, que lleva al mando a la leyenda acuática norteamericana Paul Cayard: las dos quedaron fuera de combate en el primer asalto.

Russ Bowler, el ingeniero especialista en estructuras de Farr, llegó a Portimão en un coche alquilado a mediodía. Venía de visitar el Piratas del Caribe, que tenía preferencia porque había tocado tierra antes que el Movistar, en el puerto de Cascais, a 30 kilómetros de Lisboa. Bowler analizó cómo y por qué se produjo la rotura en la caja de la quilla del velero norteamericano, que provocó una vía de agua que le obligó a dejar la etapa definitivamente.

El ingeniero no traía buena cara. El prestigio de Farr estaba ya en entredicho. Se hablaba de fallos en el diseño de la quilla pivotante y nadie sabía a esa hora cómo ni qué demonios había producido la avería del Movistar. Con la llave del coche en la mano, el sabio subió a bordo del VO 70 y se metió en las tripas negras: motor, cocina, camas, puesto de mando, todo para enanitos. Allí estuvo media hora larga, dando golpecillos y pasando algo metálico por toda la parte delantera del casco en busca de grietas. Ese algo era la propia llave del coche alquilado.

Bowler bajó a tierra sin soltar la llave y con expresión de no entender nada. Dijeron que iba a consultar los planos en el ordenador y que, mientras tanto, se iba a sacar el barco del agua. Un técnico de la Marina de Portimão, Rui Neto, subió a bordo con su maletín. El arranque del motor principal tampoco funcionaba. "Está corroído", sentenció Neto al bajar. "Y el otro está lleno de agua", dijo. Más madera para todos.

Media hora después, el Movistar salía del agua. Ante la estupefacción de expertos y neófitos, cuando una grúa gigante levantó el velero de 21,5 metros de eslora y lo puso en tierra sobre unas grandes patas de hierro, una cuna blanca traída desde Sanxenxo, se pudo ver que la avería era peor de lo esperado.

No era el Titanic, pero al timón rojo de dos metros de largo le faltaba casi la mitad, un pedazo de al menos 70 centímetros; la punta de 30 centímetros de una de las dos orzas de deriva -la de estribor, a la derecha- había desaparecido del mapa y la pintura blanca de la tripa del velero ya no estaba allí. Las dos piezas de fibra de carbono parecían haber sido arrancadas de cuajo por un tiburón.

Ante semejante panorama, las caras de los diez miembros de la tripulación hacían temer lo peor: que el Movistar no regresará al agua antes del 2s de enero, día de la salida de la segunda etapa: Ciudad del Cabo-Melbourne, en Australia. Pero el ingeniero jefe de Farr Internacional Inc. debió respirar tranquilo.

Y el equipo dirigido por Pedro Campos comunicó con alivio que no fue una ola lo que produjo tantos destrozos, sino un objeto duro sin identificar: "Quizá una ballena, un tiburón, un atún, un tronco, un contenedor... Mala suerte, pero felicidad al fin y al cabo.

"Estábamos un poco nerviosos con la hipótesis de que un simple pantocazo hubiera provocado todo esto. Nerviosos y extrañados", agregó Fernández; "no es normal en un barco que ha navegado ya más de 22.000 millas, con días enteros en condiciones mucho peores que las que vivimos en el momento de la rotura. Personalmente, hoy dormiré mucho más tranquilo".

Quizá porque sabe otra cosa: que las probabilidades de chocarse dos veces con un velero en la misma regata, en la misma vida, contra algo en alta mar deben de ser, como poco, remotas.

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