La gran aventura larga velas
Un millón de personas despiden a lo largo de la costa gallega a los siete barcos que compiten en la Vuelta al Mundo
El espectáculo se presumía grandioso y no defraudó. Ni a los expertos, ni a los aficionados, ni a los curiosos. Todos quedaron impresionados. Los siete veleros que darán la Vuelta al Mundo en ocho meses zarparon ayer de Vigo arropados por cerca de un millón de personas en toda la costa gallega y unos 2.000 barcos en el mar. El tiempo desapacible contribuyó a la postal de aventura colosal. De pronto, se desataba una tormenta y las naves comenzaban a cabalgar a 15 nudos, lo que equivale a casi 30 kilómetros por hora, como si planearan en medio de la lluvia, con el agua encrespada y un intenso viento, siendo difíciles de seguir por las lanchas motoras. De repente, se paraba el viento y los veleros, cual bicicletas sin pedalear, quedaban varados tratando de no perder el equilibrio. Y de no frenarse del todo, la muerte para estas estructuras de 12 toneladas de peso y 21,5 metros de eslora que recorrerán 31.250 millas náuticas (57.800 kilómetros) hasta Gotemburgo.
El rey Juan Carlos dio el cañonazo de salida a las 14.00 desde la cubierta del Göteborg III, una réplica de una goleta sueca del siglo XVIII. Ante tanta expectación, los equipos quisieron enseñar sus poderes desde el principio. El Movistar, español, se puso líder a las 18.00 surcando la costa portuguesa y aprovechando los 21 nudos de viento para tirar con fuerza. Le seguía el AMRO 1, holandés. Son los dos más rodados. Antes, sin embargo, el Ericsson, sueco, se exhibió en la ría de Vigo con Guillermo Altadill a la caña. Se puso primero en la despedida de las islas Cíes y la entrada en alta mar, perseguido por el Movistar ante el entusiasmo de la gente. Hubo público por todos lados. En el promontorio de la ermita de la Virgen de la Guía, en los balcones y tejados de las casas, en los montes que resguardan la ensenada... Por no hablar del mar. Todos querían seguir a los veleros: yates, motos de agua, piraguas, pesqueros y hasta un portaaviones, el Príncipe Felipe, se arrimaron a los protagonistas cuando se les permitió. Muchos acabaron empapados. Pero poco importaba: era una ocasión única. La humedad caló a los aficionados, que pudieron hacerse una ligera idea de lo que espera a estos aventureros.
Entre los primeros se mantuvo un rato el estadounidense Piratas del Caribe, que se ha preparado poco, pero impresiona: por su patrón, Paul Cayard, que recibe un respeto reverencial de sus rivales, y por esa calavera atravesada por un puñal impresa en sus velas como símbolo de la película que lo patrocina. Por el contrario, el Brasil 1, el único con una mujer a bordo, efectuó una salida defectuosa. Uno de sus regatistas, Roberto Bermúdez, Chumi, de pie sobre cubierta, se comió una hora antes de zarpar un bocadillo, el último en veintitantos días, hasta cubrir las 6.400 millas a Ciudad del Cabo. Mientras lo masticaba, se despedía con la otra mano de su esposa y su hija, de tres años, que le correspondían desde una lancha. En la cola, el Sunergy, australiano, tal como se esperaba.
El mar forma parte de la cultura gallega. Y nadie quiso perdérselo. Ni los seis presos de la cárcel de Teixeiro, en A Coruña, que disfrutaron de una salida terapéutica para subir a un velero alemán de 1977. "A mí, que fui pescador, me sorprendió mucho ver funcionar un barco de vela", dijo Manuel, uno de ellos. Todos han desempeñado trabajos relacionados con el mar, pero desconocían la variante lúdica. "Se trata", explicó un monitor, "de que participen, como ciudadanos que son, de lo más destacado que pasa en el exterior".
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