Parque Natural del Guadarrama, hechos antes que palabras
La autora propone conciliar la conservación del entorno con el aprovechamiento de actividades como la ganadería, clave en la armonía del paisaje.
A la población local de los pueblos de la sierra de Guadarrama pocas cosas nos preocupan más que la creciente degradación de nuestro medio natural. Tenemos buenos motivos para ello. Recordemos los hechos: durante bastantes años se han ocasionado importantes destrozos en el medio ambiente natural y en el paisaje de la sierra. Estos daños, muchos de ellos irreparables, han supuesto la pérdida de grandes valores naturales. Y, lo que es peor, un notable deterioro en la calidad de vida de sus habitantes. Además, la situación no parece ir a mejor, sino más bien al contrario. Los peligros de todo tipo que se ciernen sobre Guadarrama son cada vez mayores, sobre todo en sus zonas menos elevadas. Ante esto, no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Es imprescindible escuchar previamente las demandas de los habitantes del área
Durante años se han ocasionado importantes destrozos en el medio ambiente
Para evitar tomar decisiones a la ligera, es preciso saber con exactitud de qué lugares a proteger y de qué figuras de protección estamos hablando. El lugar a proteger: la sierra de Guadarrama. Este entorno es, como se sabe, uno de los lugares del Sistema Central con importantes valores naturales que es preciso conservar y proteger. Es lógico, por lo tanto, que desde mediados del siglo pasado no hayan dejado de alzarse voces que reclaman de modo cada vez más firme una protección verdadera de estas montañas. Empezaron por pedirlo las asociaciones de montañeros y alpinistas, encabezadas por la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, y más tarde la universidad, las asociaciones de defensa de la naturaleza, y muchas personas, a título individual, han pedido esa protección.
A lo largo del tiempo la respuesta del Estado a esas demandas ha sido variada. En 1930 se declararon tres enclaves como Sitios Naturales de Interés Nacional: la Pedriza de Manzanares, la Cumbre, Circo y Lagunas de Peñalara, y el Pinar de La Acebeda. Además, las peñas del Arcipreste de Hita fueron declaradas Monumento Natural de Interés Nacional. En 1961 se estableció la protección como Paraje Pintoresco para el monte Abantos y el bosque de La Herrería. Es evidente que estas medidas se han mostrado insuficientes. Con la llegada de la democracia, el asunto se empezó a tomar en serio. En efecto, en 1985 se declaró el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. Y, en 1990, tomando como base el ya existente Sitio Natural, se creó el Parque de Peñalara.
Bien es verdad que estos espacios naturales protegidos constituyen una pequeña extensión en la vasta superficie de la sierra. Pero, afortunadamente, sus respectivas normativas y documentos de planificación y gestión (muy concretamente en el caso de los parques de Manzanares y Peñalara) han asegurado en los últimos años una protección eficaz de los espacios que abarcan. Y han conciliado, hasta el momento, la conservación del entorno con el mantenimiento de usos, aprovechamientos y actividades tradicionales como la ganadería, que desde siempre ha conservado en armonía el paisaje y el equilibrio humano de la sierra, o los aprovechamientos forestales, que tantos incendios han evitado en los cada vez más frecuentes periodos de sequía al mantener despejado el monte.
En 2001 se lanza la idea de Parque Nacional para la Sierra de Guadarrama. Con buena intención, sin duda. Pero sin conocer exactamente con antelación y con exactitud los valores naturales de la zona, las características sociales y actividades económicas tradicionales de la población local, y la normativa de protección que implica la figura de parque nacional.
Ese es, ahora, el problema que comienza hacerse evidente: que se habló antes de la figura de protección que de la protección misma. Se precisa, por imperativo legal, hacer un diagnóstico riguroso de la situación actual para poder proponer alternativas de protección y desarrollo, y dotarlas de normativa. Y algo todavía más importante: que el estudio tenga en cuenta, analice y conozca en cualquier caso las demandas de sus habitantes, a quienes es imprescindible oír de modo previo. Esa es la clave. Las poblaciones locales, cuyo escenario de vida son los espacios que desde fuera se organizan, zonifican y controlan son pieza fundamental en el proceso de estudio de cualquier propuesta de protección. Su innegable derecho a una participación real se basa en su labor, llevada a cabo durante generaciones, como fuerza modeladora y mantenedora de los valores, cuya protección se propugna desde fuera, generalmente por quienes han agotado los valores naturales de su territorio y gozan en sus lugares de residencia de una excelente calidad de servicios fundamentales.
Toda decisión, y muy especialmente las adoptadas por los responsables políticos, ha de basarse en la realidad. Y la realidad de la sierra de Guadarrama es que se trata, en su mayor parte, de un espacio natural muy intervenido por la presencia humana. Un espacio donde, desde hace siglos y por un porcentaje muy alto de sus habitantes, se practican actividades como la caza y la pesca, además de desarrollarse con intensidad notable los aprovechamientos forestales y la ganadería.
Sin embargo, un parque nacional exige unas características y condiciones muy estrictas que difícilmente cumple la sierra. Con la actual normativa en materia de parques nacionales, en estos no se pueden, con carácter general, realizar aprovechamientos madereros ni tampoco están permitidas las actividades cinegéticas y piscícolas, mientras que sobre la ganadería siempre pende la espada de Damocles de la instalación de acotados o de la ampliación de las denominadas Zonas de Reserva que, tarde o temprano, produce la propia dinámica de un parque nacional una vez que éste ha sido creado. Y es que hay que tener en cuenta que estos requisitos, para que un parque sea tal (y he aquí otro dato importante), tienen su origen y su homologación internacional en la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), máximo organismo mundial de protección de la naturaleza que agrupa a los mejores expertos.
Parecería entonces que para llevar adelante un posible parque nacional en la sierra de Guadarrama la solución podría consistir en soslayar algunos de estos requisitos a la hora de fijar la normativa que regule su creación. Sin duda la expresión parque nacional suena muy bien. Pero los que la pronuncian no siempre conocen del todo su significado. Lo razonable es, en cambio, buscar la figura o figuras de protección más adecuadas y que de forma más amplia compatibilicen la protección eficaz del medio natural con el mantenimiento de usos, costumbres y aprovechamientos que, no lo olvidemos, no sólo constituyen el soporte de la economía y la identidad de muchos pueblos, sino que también han sido algunos de los elementos esenciales que durante los siglos han ido conformando el actual paisaje de la sierra que pretendemos proteger.
La intención de muchas de las personas que han promovido la idea del parque nacional ha sido buena. Pero no nos engañemos: con la normativa y los criterios hoy en día vigentes en materia de parques nacionales, su romanticismo puede volverse en contra de quienes lo invocan. Por otro lado, cuando se habla de un parque nacional, conocer con exactitud los requisitos y normativa que dicha figura implica es importante, pero más lo es el no caer en la trampa del nominalismo. Convendría, por lo tanto, ponerse a trabajar en el sentido sugerido en líneas anteriores, para, después, denominar del modo más adecuado la figura de protección. Y será preciso, también, asegurar la voluntad política de apoyo a la solución que finalmente se adopte, con una previsión sobre qué presupuesto y qué personal serán los adecuados para llevar a cabo una gestión adecuada en beneficio del medio natural y de las poblaciones locales, sobre todo si tenemos en cuenta la reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre la gestión de los parques.
La verdadera protección del medio natural, compatible con el desarrollo y la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones serranas, no debe surgir ni de la imposición, ni tampoco de la inflexibilidad sobre la palabra dada, por mucho que ésta se base en un abstracto amor a la sierra que, si no va acompañado del necesario conocimiento de las limitaciones que la figura de parque nacional implica, podría al final haber resultado ser no otra cosa sino uno de esos cariños que matan.
Volvamos, pues, a las figuras de protección que emanan de la UICN desde 1999. Si se estudian en detalle se comprende que en este amplio territorio serrano prácticamente encajan todas. Parece que lo sensato sería aplicarlas todas, es decir constituir un mosaico con todas ellas. Y teniendo además en cuenta que la sierra de Guadarrama llega desde la comarca de San Martín de Valdeiglesias hasta el puerto de Somosierra. Todo ello ha de ser protegido de modo conveniente.
La figura que bien pudiera establecerse en Guadarrama es la de un parque europeo con el lema, por ejemplo, de Sierra de Guadarrama, Gran Parque de Europa. Algo inédito, sin duda. Que equivaldría a reconocer una multifigura, que en realidad es lo que se presenta en la naturaleza en nuestros días. Pero no hay que tener miedo a ser pioneros en algo. A fin de cuentas, la Consejería de Medio Ambiente de Madrid ya sabe muy bien lo que es ponerse a la cabeza de Europa en lo referente a la protección del entorno. Recordemos que fue la Comunidad de Madrid la que decidió de modo valiente y creativo llevar a cabo lo que nunca se había hecho en Europa: desmantelar una estación de esquí, concretamente la de Valcotos en Peñalara, para devolver a los ciudadanos este incomparable marco natural y el disfrute de su paisaje con todos sus valores y elementos naturales. Aquello salió bien.
Pero ahora no debemos equivocarnos, sino afrontar el reto. Un reto a la modernidad en la gestión de los espacios protegidos. Y, no menos importante, una figura de conciliación razonable de los derechos e intereses de los serranos
Yolanda Aguirre Gómez, del PP, es alcaldesa de Rascafría.
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