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Columna
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Dos planetas y medio

"Si todos los habitantes del mundo consumieran como el andaluz medio, se necesitarían dos planetas y medio". Así de conclusivo es un informe que acaba de presentar la Consejería de Medio Ambiente. Es raro que una administración pública divulgue cosas así. Pero es saludable que lo haga, aun a riesgo de producir más depresiones que revulsiones.

Tan pavoroso dictamen me ha hecho recordar algo que de antiguo creían ciertas tribus germánicas. A saber, que en el primer proyecto de la Creación hubo dos soles. Cada cual, se supone, con su sistema planetario, pero ambos idénticos. Uno sería el Sol que nos alumbra, y además gratis. El otro quedaría como reserva, por lo que pudiera ocurrir. Una estrategia acertada del Hacedor, conforme a lo que ya está pasando, no con el Sol, pero sí con uno de sus planetas. Al astro rey le quedan unos cuatro mil millones de años, luego de pegar unos cuantos petardazos de helio y merendarse a Mercurio, Venus, la Tierra... Pero a esta última, a tenor de la degradación acelerada a la que la estamos sometiendo, le queda bastante menos.

Según aquella mitología popular, una Tierra de recambio nos estaría aguardando, pues, en algún confín del Universo. Puede que esa sospecha sea lo que esté latiendo en el fondo del inconsciente colectivo, donde se asientan los relatos folclóricos primordiales. Y que de ahí surjan los múltiples intentos de buscar, en la inmensidad del firmamento, un nuevo lugar donde posarnos. "Cazadores de planetas" se les llama a esos oteadores del Cielo, en la acertada jerga de la astronomía actual. Y parece que las pesquisas no van mal encaminadas. Por el momento, se han detectado una treintena de cuerpos celestes más o menos semejantes al nuestro, donde pudiera producirse la necesaria 'novación' del ser humano. Previo acarreo hasta allí, naturalmente, de toda la información comprimida de nuestra historia, nuestra cultura, y, por supuesto, nuestra genética modificada. Esto último, a lo que intuyo, es lo que más dificultades producirá, dado que reformar el código de la especie, para que no traslademos allí también todas nuestras desgracias, seguro que se antojará a los curas ser barrera infranqueable. Si Dios hizo a este bicho raro con una irreprimible tendencia a la autodestrucción, alojada tal vez en ese uno por ciento que nos separa del chimpancé y de los gusanos, Él sabrá por qué. De ahí no habrá quien los mueva, pues sólo eso justifica la existencia de las religiones, como preparatorias de otro tipo de salto, el de un alma presunta y presuntamente inmortal, hacia nadie sabe dónde.

Es curioso, e inquietante, que la humanidad haya prestado más atención a esta increíble versión de lo trascendental, que a la otra, la de aquellos "primitivos" germánicos, en mi opinión mucho más razonable. De hecho, la ciencia es la que está retomado, aunque todavía no lo sepa. Lo malo es que el agotamiento de las religiones, en su etapa final de fanatismos, no sucederá sino como el del Sol cuando se extinga. Tras producir ingentes cantidades de tragedia.

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