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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

John Fowles, escritor británico, autor por libre

Muy reciente aún el éxito de El coleccionista, escribía John Fowles: "Existe una visión muy en boga en el mundo de hoy, en el sentido de que conviene dejar la filosofía en manos de los filósofos, la sociología en manos de los sociólogos, la muerte en manos de los muertos. Creo que ésta es una de las grandes herejías -y tiranías- de nuestro tiempo". Ahora que ha fallecido, se hace necesario arrebatar a Fowles de la muerte, revivir su espléndido talento y dejar constancia de un legado no menos importante que la obra: su batalla contra la especialización y el automático desdén que conlleva, y también contra los hijos más feos de esa especialización: el encasillamiento y el lugar común. Porque Fowles fue, y en muy alto grado, un escritor experimental, vanguardista, posmoderno o como deseemos llamar hoy al único tipo de escritor posible: el artista de riesgo, aquel que, a través de una historia, examina todos los aspectos de la verdad como mejor sabe hacerlo, consciente de que vive en una época determinada y al mismo tiempo debe apartarse de su aliento, de las voraces lenguas de fuego que surgen de esa boca y todo lo vuelven tópico y ceniza. Pero Fowles fue también, y lo seguirá siendo, un escritor muy leído, un superventas. El autor que, lo desee o no, arrastra un público que supera cualquier expectativa. Por lo menos, hasta La mujer del teniente francés sus libros se cuentan por éxitos. Al igual que en los casos de Vonnegut y Heller en Estados Unidos, este éxito del inglés frunce el ceño de los especialistas y se lo pone fácil a los encasilladores. Como sus novelas gustan a tanta gente y son un poco raras, por así decirlo, la pretendida hondura sólo puede recibir la consideración de artificiosa. Como se convierten en buenas películas, no pueden ser otra cosa que malas novelas. Y cuando son malas películas (malísima en el caso de El mago), eso ocurre porque salen a relucir los trucos y engaños de una composición tramposa.

No tengo idea de cuál es la "temperatura" actual de Fowles en el invernadero literario. Supongo que buena, ya que su última novela, Capricho, se publicó a mediados de los ochenta y se sabe que, en ciertos círculos, la reputación de un novelista, y sobre todo si ha sido leído por las mayorías, no hace más que crecer con cada libro que no publica. Sin embargo, déjenme recordar que, al margen de las reputaciones, y escribiendo siempre muy buenas historias, Fowles renovó, por los menos, la novela histórica (La mujer del teniente francés), y hasta llegó a convertirla en ciencia-ficción (Capricho). Que reescribió La tempestad, de Shakespeare, y no salió mal parado del intento (El mago). Que trasladó a la literatura, que inventó para la buena literatura, a uno de los arquetipos nihilistas de nuestra época, el asesino en serie. Y, sobre todo, que fue mediante el personaje de Freddie Clegg, el secuestrador, asesino y narrador de El coleccionista, con el que Fowles barrió de un plumazo los aspectos más triviales de aquellos jóvenes airados, de aquel falso aire igualitario del inminente Swinging London al presentarnos a un cockney de moda como un demente, al hacernos ver más allá en los estragos que causaron la posguerra, una mala educación, los clichés de los mass-media y, como una pátina de limo viscoso, un kitch insoportable. Una de las muchas lecturas en esa soberbia historia con aire de thriller es que no hay encanto en la clase obrera, y que afirmarlo es urdir una pastoral. En esa juventud escarnecida sólo hay resentimiento. Son las clases acomodadas las que potencialmente aspiran a la nobleza de espíritu porque viven en el ambiente adecuado y reciben la educación que facilita esas posibilidades. Ésa es la consecuencia de la realidad. Eso es lo que hay. Y planteado el dilema, que no es más que la estocada de un espíritu libre, te pueden llamar de todo. Pero el dilema sigue sin resolverse, mientras en las afueras de París se queman coches y los filósofos filosofan, los sociólogos sociologan, los políticos politiquean y los vivos mueren.

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