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Crítica:ROCK | Festival Wintercase
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Artesanía pop

Lo anunció sin atisbos de falsa modestia Robert Forster en los estertores del set de su banda, The Go-Betweens: "Olvídense de The Tears y demás grupos que aún están por llegar, ésta es la mejor noche de música de las que integran este festival", vino a decir. Y cierto es que no andaba muy desencaminado, aunque el primer plato de la triple oferta vino servido por los británicos The Delays, quienes no pasarán a los anales del certamen ni por su singularidad ni porque su propuesta tenga una acusada personalidad. Sí demostraron al menos disponer del casi imberbe oficio que suele caracterizar a la mayor parte de debutantes ingleses, y la consecución de un par de composiciones con atisbos de hit.

Festival Wintercase

Teenage Fanclub, The Go-Betweens y The Delays. Sala Repvblicca. Jueves 3 de noviembre.

Las grandes adjetivaciones quedaban reservadas para los australianos The Go-Betweens, veteranos orfebres del mejor pop sin fecha de caducidad, marcado por el equilibrio entre la luminosidad inmarcesible de las melodías de Grant McLennan y las ínfulas literarias de Robert Forster, sus dos compositores. Su puesta en escena, mitad eléctrica mitad acústica, hizo patente dos cosas: su proverbial sino como víctimas de un malditismo comercial que ellos mismos alimentan (¡cómo ganarían sus canciones acompañadas de teclados o violín!) y su perenne condición de artífices de diamantes de pop eterno, como Bachelor Kisses, Head Full of Steam o Finding You. En síntesis, merecedores de encabezar el cartel.

Y ello sin devaluar en lo más mínimo la irreprochable prestación de Teenage Fanclub, clásicos ya merced a su inagotable reinterpretación del triángulo referencial formado por Byrds, Beach Boys y Big Star. El reverso oscuro de tan inmaculada concepción musical, refrendada por enésima vez en Man Made, su último álbum, sigue siendo esa ejecución tan de piloto automático, tan linealmente desarrollada (y obstinada en la repetición del mismo cancionero) que conduce a la sensación de un reconfortante y placentero déjà vu.

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