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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Trafalgar, del 'chelengk' a la Sociedad Lunar

Trafalgar, la batalla de la que ahora se cumplen dos siglos, fue un caos naval de terrible proximidad premeditado por Nelson, una batalla de pell-mell, en palabras del propio almirante. Pero Trafalgar también fue una batalla de transición entre dos mundos. Un mundo occidental que aún no ha superado los artificios de las chinoiseries y se autodestruye todavía con la pólvora, aunque apenas ha comenzado a comprender los mecanismos químicos y neumáticos de la combustión; que se orienta en la mar por la aguja imantada y ya está a punto de sentar las bases que iniciarán el largo camino científico para desvelar la magia oculta del magnetismo; un mundo que emula la producción oriental de la porcelana y de la seda pero que ya ha empezado a producir hierro en cantidades masivas; un mundo que cultiva el gusto por la fabricación de autómatas -como el chelengk que el sultán de Turquía obsequió al almirante Nelson para ornato de su bicornio en conmemoración de su victoria en el Nilo- pero que, simultáneamente, desarrollaba mecanismos de relojería para medir la longitud náutica con alta precisión; un mundo donde un primitivo disparador de pedernal, como el de que disponía la Armada británica, un poco más rápido que el tradicional de mecha, podía suponer una sustancial ventaja en la puntería durante el combate; pero un mundo también donde se sabía trabajar ya con el hierro para fabricar las magníficas y ligeras carronadas escocesas, los smashers de alto calibre y poder de destrucción que artillaban las cubiertas superiores y las toldillas de los grandes navíos de línea ingleses. Del ruido mecánico incoherente de la colección de relojes del emperador de China, rompiendo el silencio de las noches de la Ciudad Prohibida, a la precisión en la medida del tiempo en la corrección de la loxodroma o línea de derrota, al contundente sentido de la razón práctica de las primeras ciencias aplicadas occidentales.

Nelson, en Trafalgar, no sólo dispuso de la simple ventaja del barlovento, de la pericia en la maniobra, o de la cadencia y la precisión de su artillería; se me antoja que también disponía de la ventaja del pulso de la Historia. Era el mundo de la Sociedad Lunar de Birmingham el que iba a irrumpir en Trafalgar. Un mundo liberal, de eminentes manufactureros, ingenieros y científicos que mezclaban alegremente su trabajo con su vida social y se reunían las noches de luna llena durante la segunda mitad del siglo XVIII en la casa de Matthew Boulton, quién llegó a ser el primer fabricante de máquinas de vapor y el gran impulsor de la Revolución Industrial y que escribió a la emperatriz Catalina de Rusia: "vendo lo que el mundo necesita: fuerza motriz". Allí estaban también James Watt y Erasmus Darwin, Joseph Priestley, John Wilkinson y William Murdock. Y en estrecha sintonía, los grandes personajes de la pujanza escocesa del momento: el filósofo Hume, Adam Smith y el propio doctor Roebuck, que fundó la fundición de hierro de Carron, donde se fabricó la famosa carronada que sembraría de muerte y destrucción las cubiertas de los navíos de la Flota Combinada. Benjamín Franklin, la nueva luz del Nuevo Mundo, y Lavoisier, el padre de la revolución neumática y de la química moderna, se carteaban también con los miembros de la Sociedad Lunar, que, partiendo de una sociedad rural y agrícola, hicieron de Inglaterra una poderosa nación urbana e industrial, hegemónica en el mundo durante todo el siglo XIX.

Lo mejor de nuestra marina de la Ilustración sucumbió heroicamente en Trafalgar. Los mejores navíos y, sobre todo, los mejores hombres: Cosme Damián Churruca, un marino científico que se había aventurado en la segunda expedición al estrecho de Magallanes de Antonio de Córdoba y que había cartografiado las Antillas de Barlovento; Dionisio Alcalá Galiano, que también navegó a las órdenes de Antonio de Córdoba y que participó en la mítica expedición científica de Alejandro Malaspina alrededor del mundo, y tantos otros.

La National Gallery de Londres atesora un óleo melancólico de Turner, The Fighting Temeraire, remolcado a su último amarradero para ser destruido. Era el navío del capitán Harvey en la batalla de Trafalgar. El fantasma del último navío de los dioses del viento y de la guerra se deja remolcar con parsimonia por un mezquino y oscuro atlante de hierro que respira del fuego y ya es hijo del hombre.

Manuel Torres es investigador científico del Instituto de Física Aplicada del CSIC.

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