"Ya es hora de que reinen las mujeres"
Muchos de los que se acercaron a la clínica manifestaban su satisfacción por el hecho de que la primogénita de los Príncipes sea niña
La pasión que despierta la familia real era ayer más que palpable en los alrededores de la clínica Ruber Internacional. Piropos y halagos hacia los Reyes y los Príncipes de Asturias se oían una y otra vez entre los presentes. Un día soleado y que los colegios hicieran puente, favoreció que en algunos momentos se congregaran hasta 200 personas frente a la clínica. "El Príncipe es una maravilla. Guapo, buen mozo, simpático. Todo lo que se puede decir de una persona, lo tiene el Príncipe. Y la Princesa también", exclamaba una señora que en los últimos días ya se había acercado en varias ocasiones al centro hospitalario. "Amo a la familia real. Son un ejemplo para el mundo", replicaba otra mujer.
José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy visitaron a la recién nacida
El momento de más expectación fue cuando los Reyes se acercaron a conocer a su nieta
El mismo entusiasmo que demostraban hacia la familia real era el que manifestaban también por el hecho de que el bebé fuera una niña. Casi todos afirmaban que les daba igual que fuera niño o niña, y también una inmensa mayoría, sobre todo de mujeres, expresaba su disposición a que se modifique la Constitución para que doña Leonor sea reina. "Ya es hora de que reinen las mujeres. Tenemos los mismos derechos. Incluso a veces trabajamos mejor", decía una vecina, María Ángeles. "También ha habido reyes muy ineptos y fueron reyes", apuntaba su hermana, de Jaén, que pasa unos días en Madrid. "Lo que me da rabia es que se esté cuestionando tanto", añadía.
Juan Francisco, uno de los pocos hombres que se congregaban en torno a la clínica Ruber, opinaba lo mismo: "Me parece bien que se reforme la Constitución para tener una reina".
Casi todos los curiosos que se acercaban a las inmediaciones del centro sanitario eran vecinos de Mirasierra, el municipio al norte de Madrid donde se sitúa la clínica Ruber Internacional. Un barrio residencial, que, pese a todo, ayer prosiguió con su ritmo habitual. Tan sólo la calle Collado de Cerro Malejo, donde se ubica el centro hospitalario, repleta de policías y de unos 300 periodistas que abordaban a todo el que se acercaba, denotaba que acabada de nacer la primogénita del heredero a la Corona. "En este barrio no hay nada de nada, por eso nos hemos acercado por aquí, por hacer algo y porque hoy es un día histórico", aseguraba Toñi.
La clínica también seguía con su trajín diario. Eran muchos los que entraban o salían para hacerse revisiones o visitar a sus familiares, sin demasiados controles por parte de las fuerzas de seguridad. "Esperaba más impedimentos, pero he entrado sin problemas. No me han mirado el bolso ni nada. Además, dentro apenas se nota, sólo se ve de vez en cuando un guardaespaldas", afirmaba Victoria, que salía de visitar a su cuñado.
Los dos momentos de máxima expectación se produjeron cuando llegaron los Reyes. Hacia las doce y media de la mañana cientos de curiosos aplaudieron y vitorearon con entusiasmo su llegada. Y cuando comparecieron ante los medios de comunicación, poco más de una hora después, incluso se saltaron la valla detrás de la que esperaban para ver a sus majestades más cerca. Aún así, no pudieron oírlos. No había ningún micrófono preparado para que hablaran, simplemente se acercaron a los medios de comunicación, congregados en la calle, en un lateral de la puerta principal, y contestaron durante cinco minutos a sus preguntas. El Rey se marchó, sonriente y saludando a todo el mundo desde el coche, y la Reina permaneció en la clínica hasta las cinco y media de la tarde.
"Entiendo que no se acercaran a nosotros por motivos de seguridad, pero aún así me ha hecho mucha ilusión verlos", exclamaba con los ojos encendidos Blanca. "Son estupendos los dos. La Reina iba elegante y discreta [vestía un traje rojo] -narraba como si de una tertuliana de la prensa del corazón se tratara- y el Rey, por los gestos que hacía, me imagino que estaban con sus bromas de siempre". Blanca se había acercado desde Villanueva del Pardillo, un municipio al noroeste de la capital.
Le superaban con mucha diferencia en cuanto a kilómetros recorridos para ver a la familia real Carmen y Verónica, tía y sobrina de Canarias, que disfrutan del puente en Madrid. "Nos ha hecho mucha ilusión que coincidiera que estábamos aquí porque en Canarias no podemos asistir a estas cosas". Durante media mañana estuvieron buscando la clínica: "Primero fuimos a otra, la del centro, y para venir aquí hemos tenido que andar mucho". Estuvieron en las inmediaciones desde las dos hasta bien entrada la tarde, cuando el viento de la sierra comenzaba a notarse, porque tenían que acudir al teatro.
Los siguientes en visitar a los Príncipes, poco después de que lo hicieran los Reyes, fueron el padre de doña Letizia, Jesús Ortiz, acompañado por su actual esposa, Ana Togores y la abuela paterna, Menchu del Valle, que llevaban una planta y un osito para la recién nacida.
Hacia la una y media llegó el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acompañado de su esposa, Sonsoles Espinosa. El jefe del Ejecutivo se acercó en un coche con los cristales tintados y muchos de los presentes, si no llega a ser por la agitación de los fotógrafos, no se hubieran percatado de su llegada.
También discreta fue la llegada del presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, quien sí que se dirigió a los periodistas a su salida. "Simplemente quiero expresar mi más cordial enhorabuena y mi lealtad y la de mi partido hacia la Corona", afirmó, aunque no quiso referirse a si el PP apoyaría un cambio de la Constitución para que doña Leonor pueda ser reina. Por la tarde, una de las caras conocidas que visitó a los nuevos padres fue el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que llevó a la primogénita de los príncipes una canastilla en la que había una camiseta del club con el número 1 y el nombre de Leonor.
Además de policías, periodistas y curiosos, otra de las constantes a la entrada de la clínica eran los numerosos regalos. El más madrugador fue el de Miguel Primo de Rivera, amigo del príncipe Felipe, que regaló a la pequeña una cesta con objetos para recién nacido. A lo largo de todo el día hubo un goteo constante. Furgonetas cargadas de plantas, repartidores con ramos individuales, botones con peluches, cestas de frutas, globos, etc.
Hacia las cuatro y media de la tarde un niño de unos cuatro años, acompañado de su tutor, llevó un rosa roja a los Príncipes de Asturias. Pudieron entrar hasta la habitación donde se recibían los regalos y escribir un mensaje para los padres de la infanta Leonor. En ese momento deambulaban por allí Bugs Bunny y Piolín, que llevaron a la pequeña una cesta llena de muñecos de la factoría Warner. Aunque los personajes animados no pudieron entrar -sí su regalo-, entretuvieron durante un rato a los muchos niños que allí se congregaban, dado que en los colegios se celebraba el puente de Todos los Santos.
Uno de los colectivos que vivió la jornada con más agitación fue el formado por los internos y empleados del centro de disminuidos psíquicos de la Comunidad de Madrid que hay justo delante de la puerta principal de la clínica. Furgonetas de varias radios y televisiones llevan algunos días invadiendo su patio. "No podrán salir a jugar en toda la semana", decía una de las cuidadoras, María del Mar. En el centro, según explica, todos estaban pendientes del acontecimiento. Los empleados aprovechaban cualquier descanso para asomarse a la calle, a veces acompañados por algún enfermo.
Tampoco los disminuidos físicos de la residencia cercana Ecoplar querían dejar pasar la ocasión de ver a la familia real. Gabriela y Toñi pasaron buena parte de la mañana y de la tarde, en sus sillas de ruedas, a la puerta de la clínica, "muy contentas de tener la oportunidad de vivir algo único". Gabriela llevaba una cámara digital, "para enseñar las fotos a mis compañeros que no pueden salir de la residencia".
Según avanzaba la tarde, se fue apagando el furor monárquico a las puertas de la clínica. Hacia las siete de la tarde, tan sólo unas cincuenta personas se congregaban a las puertas de la Ruber, aunque la nube de periodistas que, desde el domingo, se agolpan a la entrada del centro hospitalario, continuaba al pie del cañón.
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