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Reportaje:

Los cimientos de la memoria

Almería rinde homenaje a Guillermo Langle, el arquitecto que imprimió carácter a la ciudad durante 40 años

Pasear por las calles de Almería puede resultar aburrido si no se sabe mirar. Amén del apodo que muchos utilizan -Almería la mellada, por aquello de las abundantes medianerías y la caprichosa y variable altura en edificios-, la urbe guarda tesoros mudos, pero tan tangibles como el hormigón. La mayoría de esos tesoros son edificios que ennoblecieron la imagen de la ciudad y la dotaron de cierta personalidad urbanística, pasando desde el historicismo arquitectónico tradicional hasta la aparición del movimiento moderno.

Esa evolución y riqueza se dio en Almería de la mano del arquitecto Guillermo Langle (1895-1980), que trabajó 40 años en el Ayuntamiento pese a compaginar desde lo privado grandes proyectos. El sello de su obra ha quedado plasmado de tal modo, con un uso magistral de volúmenes y distribuciones, que el término de langliano es aceptado con normalidad en la provincia. Por ello, la asociación Tradición y Vanguardia ha promovido un profundo homenaje -dilatado en el tiempo y multidisciplinar- en el que instituciones de diferente signo político han arrimado el hombro para rendir tributo al gran urbanista.

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Guillermo Langle Molina, su nieto también arquitecto, no oculta la satisfacción por el reconocimiento a su abuelo. "Me parece justo y merecido. Vistió Almería, que estaba falta de cierto aire. Ennobleció su imagen junto con arquitectos anteriores como Trinidad Cuartara Cassinello y Enrique López Rull. No se cansaba de trabajar y muchos rincones de Almería llevan su impronta", dice.

Entre sus obras más conocidas, destacan la vieja Estación de Autobuses, Ciudad Jardín, la iglesia de San Antonio, la Fuente de los Peces en el Parque Nicolás Salmerón, la ermita de Torregarcía, el quiosco de la Música, la casa Carmen Algarra, el colegio La Salle, el centro de Asistencia Social (actual cuartel de la Policía Local), o los refugios de la guerra civil y sus quioscos de entrada.

El nombre de Langle va unido a un proyecto donde el historiador Alfonso Ruiz, el artista Paco de la Torre y la historiadora Carmen Rubio quieren aunar, como comisarios, el compromiso con la arquitectura, el urbanismo, la historia y el ciudadano con el objeto de "proteger y valorar" el patrimonio arquitectónico del siglo XX.

"Las barbaridades que se están cometiendo con Langle son muchas. Sólo hay que echar la vista atrás y ver que el ex alcalde Juan Megino alquiló la Estación de Autobuses siendo un Bien de Interés Cultural. O cómo el concejal de Turismo, Miguel Cazorla, ha buscado un diseñador para hacer un quisco encima de la entrada a los refugios de la guerra, cuando Langle ya lo diseñó", apunta Rubio.

Su nieto Guillermo lo ratifica. "Es curioso que está mejor conservado lo más antiguo. De lo moderno, poco queda. Y es que después de la guerra, los materiales empleados eran baratos y la ciudad se creó en horizontal y el mantenimiento de sus edificios era insostenible", razona. El racionalismo de Langle choca estos días con el gusto por lo efectista y el lujo sin medida ni armonía en fachadas que rompen la sencillez y la funcionalidad creada por el urbanista.

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