Nano, hipnotizado por Robinho
Robinho no la pedía. Robinho no buscaba la pelota. No se ofrecía. Se movía contra la jugada. El partido discurría por un cauce que no era el suyo. Estaba en Sevilla, en Heliópolis, ante un graderío irritable. La gente se metía con el árbitro. Disparaba insultos. Pitaba. Pitaba a todos los que llevaban camiseta azul y, sobre todo, a Sergio Ramos y a Robinho. Al sevillano más, porque el brasileño apenas tocaba la pelota. El brasileño hizo como su compatriota, como Ronaldo. Esperó y miró. Y vio algo. Vio a Nano. Un zurdo pálido de rostro infantil que ayer sustituyó a Juanito en el centro de la defensa. Fue la epifanía. La revelación. Robinho había encontrado a su hombre.
Robinho casi no entró en juego en la primera parte, salvo para regatear un par de veces a Rivera y Varela. Daba la impresión de que el chaval, que tiene 19 años, había entrado al campo, como dice la megafonía del estadio de Heliópolis, "la pradera verdiblanca", para emprender una larga retirada. Pero no. Esas impresiones eran un espejismo. El chico de Río había viajado a Sevilla para tirar un misil. Lo supo la multitud cuando Raúl recibió la pelota de espaldas a la portería, fuera del área, se giró y se la dio a su compañero cortita y al pie. Robinho estaba de frente al arco, pisando la medialuna. Levantó la mirada, apuntó sin crisparse y emboquilló la pelota junto al palo izquierdo de Doblas. Con un gesto suave y flexible que no encontró respuesta. Su hombre, Nano, estaba erguido ante él, dulce y tierno, atento a las botas de Nike, concentrado en el acordonado, o en el forro de cuero color plata-astronáutico, o algo así. Montado en una nube. Hipnotizado.
El Madrid llevaba ocho temporadas sin ganar en el campo del Betis y no parecía que ayer se dieran las mejores condiciones para romper esta tendencia. Robinho hizo su único gol al Athletic, hace un mes. Contra el Deportivo se le vio poco y nada. Igual que ayer. Sólo que ayer, Raúl le dio la pelota cortita y al pie a 20 metros de la portería. Y marcó.
El gol de Robinho sacó al Madrid de una situación crítica y proporcionó tiempo a su entrenador y amigo Vanderlei Luxemburgo (como en la noche de la victoria contra el Athletic). Se abrazó a Diogo, a Sergio Ramos, a todos. Levantó las manos señalando al cielo. Y en el descanso se cambió la camiseta con Oliveira.
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