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Columna
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Nélida Piñon

Leí en un artículo que Mario Vargas Llosa dedicó a Nélida Piñon en EL PAÍS, hace unos meses, que esta espléndida escritora brasileña es una mujer que no habla nunca mal de nadie y, como discípulo de Diógenes, me dije: pero ¿de verdad existe una sola persona en el mundo que no hable mal de nadie?... El hecho de hacerme esta pregunta ya revela que practico la maledicencia. El pasado martes la misma Nélida Piñon en carne inmortal -pues, cuando se ha alcanzado ese grado de virtud, la inmortalidad está garantizada- presentaba en la Casa de América, a dos pasos de la plaza de Cibeles, su novela Voces del desierto, que recrea los días de Sherezade y nos revela el mundo secreto de una mujer que se entrega al arte de contar cuentos altamente peligrosos: si Sherezade perdía el hilo del cuento estaba condenada a morir ejecutada. Y digamos de paso ahora que es tan necesaria la sensibilización social ante la terrorífica sangría de mujeres asesinadas que el alto riesgo de asesinato que corría Sherezade nos revela la ínfima estima en que estaba la vida de las mujeres árabes, que es una forma abreviada de decir de todas las mujeres del mundo.

Era el martes pasado precisamente el día en que había decidido empezar a cambiar de vida y renunciar drásticamente a la maledicencia sin ni siquiera reparar en el posible coste del síndrome de abstinencia de un defecto tan secularmente arraigado -he incurrido en maledicencia en el siglo XX y en el siglo XXI- en mi alma tan aficionada a la corrosión de la crítica. Y tenía dos opciones de redimirme: ir a conocer a Nélida Piñon, cuya novela Voces del desierto presentaba Juan Cruz, o ir a hacer una visita a la iglesia de la Buena Dicha, que está en la calle de Silva, y que, como ya indica su nombre, debe de estar especializada en benedicencia -y repárese de paso en este neologismo que me han inspirado Sansón y Dalila: decimos en castellano maledicencia pero no decimos benedicencia porque probablemente es muy excepcional que la gente hable bien de los demás.

En la mencionada iglesia de ladrillo, con muy buena fachada, se venera la imagen de Nuestra Señora de la Buena Dicha, que hace muchos milagros. Según oí en el programa televisivo Aquí hay tomate, en noviembre de 2003 visitó esta iglesia un cristiano que padecía de asma. Desde entonces aquel hombre respira tan bien que ya se ha inscrito en un club de alpinismo y ya ha recorrido con Antonio Sáenz de Miera media sierra de Guadarrama. Creo mucho en esta Virgen pero, sin ánimo de que suene irreverente, creo mucho más en Vargas Llosa -y de hecho cuando rezo el credo yo siempre digo: "Creo en Dios Vargas todopoderoso, creador del cielo y del Perú..."- y decidí ir a curar mi maledicencia conociendo personalmente a Nélida Piñon. Pero no sé si fue una venganza de la Virgen que se sintió postergada porque yo demostraba una fe superior en Nélida Piñon que en ella, o quizá fue el azar del que sólo saben algo los físicos con buena base en química verde. El caso es que un deber patriótico me impidió llegar pronto a la presentación de Voces del desierto.

Pero, no obstante, no llegué tarde porque, como decía el gran cartelista valenciano Josep Renau, nunca es tarde cuando llegan las cosas y yo estaba en el mejor camino de curarme una lacra del alma. Me presentó a Nélida Piñon J. J. Armas Marcelo, un caballero andante de la más artística maledicencia, y al instante supe que mi vida estaba a punto de cambiar. Unas palabras con María Hortelano me acababan de traer desde el cielo el aura benéfica de Juan García Hortelano y de su maravillosa prosa y sentí que yo ya empezaba a ser otra persona. Me decía en mi interior: ¡qué estupidez, qué estupidez hablar mal de los demás cuando se puede hablar bien!... ¡y aunque sea diciendo verdades! Le conté a Nélida Piñon que había leído en Vargas Llosa que ella nunca hablaba mal de nadie y me dijo: "¿Para qué hablar mal de los demás? No es necesario". Me dejó helado. Yo que siempre había creído que, incluso por educación, hay que hablar mal de los demás me sentí totalmente rebatido por ella. Y, desde ese momento, soy ya otra persona. A partir de ahora sólo diré y escribiré elogios. Nélida Piñon adora a Machado de Assís, el genial novelista y cuentista brasileño. También por aquí tenemos tres grandes Machado: Antonio Machado, Manuel Machado y Cristina Machado, que cuenta las noticias en la cadena SER de un modo tan prodigioso que logra que, como ocurre en la mejor literatura, incluso las tragedias nos suenen dulces.

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