Lars von Trier construye en 'Manderlay' un desasosegante relato sobre la libertad
Fue la última en llegar, pero, sin duda alguna, la más impactante de las 16 películas a concurso. Manderlay, de Lars von Trier, continuación de Dogville, constituye no sólo una brutal revisitación de muchos lugares comunes relacionados con EE UU, sino también la más sólida candidata de cuantas optan a premios en esta alicaída edición del cincuentenario de la Seminci. Tan sólo Caché, de Michael Haneke, podría hacerse con un hueco en el palmarés, puesto que entre ellas y el resto de las concursantes media un abismo. El Premio Pilar Miró a la mejor ópera prima (que contempla primeras y segundas películas) debería estar entre la chilena En la cama y la española Segundo asalto.
Vista en la pasada edición del Festival de Cannes, de donde salió sin ningún reconocimiento del jurado, Manderlay arranca en el exacto punto en que terminaba Dogville, con dos diferencias de peso: una, la sustitución de la protagonista (Nicole Kidman en ésta, la muy solvente Bryce Dallas Howard en Manderlay), y dos, la sustitución de una dimensión del relato en términos estrictamente morales por una disección, tan punzante como turbadora, de la condición de los negros en la sociedad estadounidense. En este sentido, la nueva criatura del mordaz danés es algo así como un recorrido por el concepto de libertad y ciudadanía a lo largo de la convulsionada historia americana.
Comparte Manderlay con Caché, la otra gran película vista aquí, la voluntad de provocar constantemente al espectador, de atosigarlo y de zarandearlo sin contemplación alguna: ambas son películas hechas desde la inteligencia y con la cabeza bien fría, verdaderos ensayos sobre la cultura cívica de nuestros contemporáneos (aunque la película de Von Trier se ambiente en los años treinta, sus dardos contra el progresismo de salón y la buena conciencia son perfectamente actuales). La misma Grace de Dogville, ahora firmemente asentada en las metralletas de los gánsteres compinches de su padre, pretende imponer, en una lejana plantación sureña, la ley y la democracia, no sólo para encontrarse con la indiferencia, sino con la animadversión, de los teóricos beneficiarios de sus desvelos.
Con acerada frialdad, los mismos despojados escenarios teatrales de la anterior y el recurso de una voz en off que ordena el discurso y da las pistas sobre sus meandros y vueltas, Von Trier construye un artefacto prodigiosamente hábil, vitriólico en sus intenciones y desasosegante para cualquiera que lo contemple. Es, quedó ya dicho, el filme más redondo visto en la competición. Pero de ahí a lograr alzarse con el triunfo media, por lo pronto, la decisión de un jurado: en los festivales no basta con el entusiasta aplauso de la platea, que Von Trier cosechó ayer con una unanimidad que hacía tiempo no se veía por estos pagos.
Así las cosas, el variopinto jurado que deberá leer hoy su palmarés podría optar por las dos películas comentadas, pero podría, y es ésta una política muy seguida por los jurados de otras ediciones, dejar de lado los valores de ambas, ya consagrados en otros certámenes (el formato de la Seminci no obliga a que se proyecten películas rigurosamente inéditas: es éste un festival de festivales, hay que recordarlo), para fijar su atención en otras películas, sin duda alguna menores: es ésta una de las ediciones más flojas, en lo que se refiere a la calidad media de la selección, de cuantas recuerda este cronista.
No obstante ello, las cosas les resultarán más difíciles a los jurados en lo que tiene que ver con los premios a la mejor ópera prima. Dos películas, la chilena En la cama, de Matías Bize, imaginativa recreación del encuentro entre dos amantes ocasionales; y la española Segundo asalto, de Daniel Cebrián, en la que las constantes del género criminal ocultan hábilmente una sólida trama de paternidades reencontradas, optan claramente al galardón. Y difícil lo tendrán, igualmente, en el apartado de interpretación, donde a la gran China Zorrilla, máxime artífice de la argentina Elsa y Fred, se le opondrán la magnética Juliette Binoche de Caché y hasta las rotundas Valeria Bertuccelli e Ingrid Rubio, protagonistas de la también argentina Hermanas. En lo que hace al premio masculino, dos son los máximos aspirantes: Matt Dillon, por su sensible caracterización del borracho escritor de Factotum, y Daniel Auteuil por Caché. La solución, hoy mismo.
Babelia
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