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Tribuna:LAS REFORMAS EN EUROPA
Tribuna
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Es el momento de acelerar el ritmo

El autor considera que el ritmo actual de reformas estructurales en Europa es poco firme e inconstante y señala que, si no se toman iniciativas con renovado ímpetu, el crecimiento de la zona euro seguirá siendo flojo.

El crecimiento de la economía mundial se mantiene a un ritmo vigoroso desde hace varios años, y en 2004 fue el más dinámico en una generación. Pero el desempeño en Europa puede mejorar, dado que los promedios de crecimiento siguen siendo inferiores a los de otras regiones y a su propia trayectoria en el pasado. En el primer semestre de 2005, la tasa de crecimiento en Europa sólo llegó a un 1?%.

En términos generales, el lento crecimiento no es un fallo de las políticas macroeconómicas, que han respaldado bien la actividad. El problema real es el ritmo poco firme e inconstante de la reforma estructural, que socava cada vez más la prosperidad de la Europa del futuro. Si no se emprenden nuevas iniciativas con renovado ímpetu, el crecimiento económico de la zona del euro seguirá siendo flojo.

En la lista de cuestiones fundamentales que deben abordarse a largo plazo se destaca el mercado de trabajo. Las tasas de empleo se han mantenido bajas a lo largo de tres decenios. Actualmente, casi una de cada diez personas en edad de trabajar no puede encontrar empleo. Entre los jóvenes esta relación es dos veces mayor. El desempleo es un factor por el cual muchas personas están comenzando a poner en duda las ventajas de una economía mundial más integrada, lo que está resquebrajando el tejido de la Unión Europea.

Una cuestión fundamental vinculada a la anterior es el envejecimiento de la población europea, que se acelerará en los próximos cuarenta años. Las prestaciones aumentarán al tiempo que se reducirá la mano de obra que las financia. Hay gran incertidumbre con respecto a lo que piensan hacer los Gobiernos para resolver estos problemas, ya que la mayor parte de ellos aún no ha planeado una estrategia convincente. Esto explica por qué los consumidores y los inversores están actuando con prudencia.

No hay duda de que Europa debe comprometerse a aplicar reformas estructurales sostenidas. En los casos en que se han aplicado, se han logrado importantes avances. Por ejemplo, en el ámbito de las pensiones, los sistemas de salud y el mercado de trabajo. Si bien algunos europeos pueden tener dudas con respecto a los beneficios de estas reformas, los resultados hablan por sí solos. Por ejemplo, a pesar de las altas tasas de desempleo, gracias a la moderación salarial y a las políticas del mercado de trabajo se han creado alrededor de 12 millones de empleos en la zona del euro entre 1996 y 2004, un nivel equiparable al de Estados Unidos durante este periodo.

Los Gobiernos europeos pueden tomar una serie de medidas concretas en el futuro. Deben reforzar y mantener la reforma de los programas de asistencia social y aumentar la utilización de la mano de obra. Las medidas que deberán adoptarse variarán de un país a otro. En primer lugar, en muchos de ellos la reforma de las pensiones es fundamental. Un aspecto esencial será elevar la edad legal de jubilación vinculándola a la esperanza de vida. En segundo lugar, si bien los Gobiernos deben seguir respaldando a los desempleados, también es necesario fortalecer los incentivos a la búsqueda de empleo. Asimismo, podrían vincularse al acceso gratuito o subvencionado a guarderías o a hogares de ancianos para las familias cuyos miembros en edad laboral trabajen. Además, los desempleados necesitan apoyo en la búsqueda de un nuevo trabajo, por medio de mejores servicios de colocación de personal y formación.

También es necesario que los Gobiernos reduzcan los costos que implica la creación de empleos. Los salarios mínimos altos constituyen un obstáculo al empleo en muchos países. Los Gobiernos pueden contribuir a que la población mantenga niveles de vida adecuados subvencionando el empleo mediante créditos fiscales deducibles del impuesto sobre la renta personal. Es preciso reducir la carga administrativa para las empresas, sobre todo en lo que concierne a los contratos de trabajo.

Una mejor integración de los mercados europeos de productos y servicios es asimismo una vía prometedora para lograr un mayor crecimiento económico. Fuera de la zona del euro hay países con mercados de productos más flexibles pero que aplican criterios de fijación de salarios prudentes, que han logrado cifras de empleo y producto mayores que las de la zona del euro. Una mayor integración financiera intensificará la competencia, generará mayor eficiencia, reducirá el costo del capital y mejorará la transmisión monetaria.

Hay consenso general entre los dirigentes europeos con respecto a los problemas que deben resolver. El reto para los Gobiernos es formular soluciones creíbles y eficaces. Obviamente, la exigencia básica es que cada país centre la mira en encontrar soluciones a nivel nacional. Sin embargo, los dirigentes no deben perder de vista el considerable valor agregado que genera una acción mancomunada. Aquí es donde adquiere gran significación la estrategia de Lisboa. Su objetivo es estimular tanto la utilización de mano de obra como el aumento de la productividad mediante un esfuerzo coordinado, y es mucho lo que puede decirse en favor de la coordinación de las medidas de reforma.

Entre sus muchos avatares, la integración europea de la posguerra ha sido beneficiosa en general. Más aún, los beneficios de la cooperación se acentúan en una unión monetaria descentralizada como la zona del euro. Lo que se necesita ahora son estrategias mejor focalizadas, estrategias en las que se combinen las reformas de los mercados de trabajo y de productos con el objetivo de lograr una mayor utilización de la mano de obra. La estrategia de Lisboa, en su nueva formulación, ofrece los mecanismos para hacerlo.

Europa puede ayudarse a sí misma a convertirse en una región más dinámica si mantiene el rumbo de las reformas estructurales. Al hacerlo, puede liderar los esfuerzos para corregir los desequilibrios que amenazan la prosperidad mundial.

Rodrigo Rato es director gerente del Fondo Monetario Internacional.

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