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Columna
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Trafalgar

Cuartel de instrucción de marinería, Cartagena, 1966. Preparación iniciática a dos años de mili. Hambre, chinches, humillaciones y... algo más. Todas las mañanas, con las cinco brigadas en rigurosa formación sobre aquel inmenso patio aterido por el miedo, se producía un extraño momento. Una vez despachados los ritos de la bandera, un cabo se acercaba al micrófono, portando bajo el brazo un librote titulado Hechos gloriosos de la marina de guerra española. Con una entonación cansina, carente de toda convicción, procedía a la lectura de un capítulo. A poco que uno prestara atención, se daba cuenta de que algo raro pasaba. Las gestas allí contenidas, o bien eran anteriores a Lepanto, o se referían a la contienda civil que había rajado a España por la mitad no hacía ni treinta años, y de cuya "victoria" era albacea una nueva casta de oficiales, en torno al indiscutible Caudillo. Por medio quedaba un pavoroso vacío de casi cuatro siglos. Un vacío en el que, sin embargo, palpitaba silenciosa una larga cadena de desastres, iniciada con la derrota de la Invencible y particularmente abundante a lo largo del siglo XVIII, con un remate que no dejaba de parecer lógico: Trafalgar. Una batalla brutalmente trágica y militarmente innecesaria (Napoleón ya había desistido de invadir Inglaterra), que en poco más de seis horas despachó al otro mundo a 3.300 franceses, 450 ingleses y 1.022 españoles. Entre éstos, los oficiales de una excelente generación de marinos ilustrados -que ya nunca volvería-, conducidos a la derrota por un almirante francés incompetente. Todo consecuencia del servilismo de Godoy ante Francia. Como de costumbre, política exterior equivocada.

Suelen coincidir los historiadores -ya es raro- en que de aquella derrota tan terrible, más la miseria posterior de miles de familias, surgió la conciencia nacional moderna y la verdadera patria, la patria de los pobres. Así lo vio Galdós a través de su personaje, Gabriel Araceli, testigo perplejo de Trafalgar. Probablemente sea cierto. Pero fue por la oposición del pueblo a una estirpe militar y política que le había llevado de catástrofe en catástrofe. Conciencia que se plasmaría en la Constitución de 1812, como una forma de decir ¡ya está bien! No fue suficiente, sin embargo, pues las "hazañas" volverían a repetirse otras dos veces: 1898 (Cuba) y, principalmente, 1936. La línea argumental, siempre la misma: de cómo el pueblo español era conducido al matadero una y otra vez por unos políticos inflados y unos militares ineptos, confabulados con el dinero y con la Iglesia.

No estoy muy seguro de que esté siendo bien aprovechada la "conmemoración" de lo que supuso Trafalgar. Por la forma, demasiado grandilocuente todavía, ceremonial y religiosa. (¿Hasta cuándo los arzobispos castrenses?). Por el fondo, peligrosas declaraciones del ministro Bono ("una nación no se construye en tres noches"), demasiado sensibles en los tiempos que corren. Yo hubiera preferido un reparto masivo de la novela de Galdós en los institutos. Pero me quedo con el recuerdo de aquel cuartel de Cartagena, donde tantos amigos saqué de entre los desheredados de Galicia, Cataluña, País Vasco, Madrid... Así como la idea de que también el franquismo, por reacción, fue la nueva escuela de una patria constitucional. Ese era el "algo más" que dije al principio.

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