Extraordinaria historia de amor homosexual
Llegó Ang Lee y su En terreno vedado contentó todas las expectativas. Proyectado fuera de concurso y reciente ganador del festival de Venecia, el filme resume, en una admirable, inédita combinación, el espíritu del western, su épica del paisaje como instancia de la libertad, y una historia que comienza en 1963 y que se desarrolla durante 20 años. No es una historia cualquiera: es la crónica de los encuentros y desencuentros de dos recios, viriles cowboys que se enamoran en su juventud, se separan y se reencuentran, sin por ello dejar de amarse ni de fundar sendas, aunque desdichadas, familias.
Con una contención infinita y un admirable cuidado para los detalles (no sobra nada en este filme que hace de la naturaleza la perfecta oposición de las desdichas de los hombres en sociedad), Lee pone el acento en los sentimientos sin perder nunca el respeto por sus personajes ni por sus espectadores: la lógica de los comportamientos de los protagonistas, hombres de su tiempo y su sociedad, no perturba en ningún momento la sensibilidad con que cuenta el drama de dos hombres. Y la lección queda maravillosa, dolorosamente en evidencia: si no se puede vivir libremente una determinada opción sexual, lo que espera a quien ama será con seguridad la desdicha.
Poco hay que decir de la primera película a concurso, Elsa y Fred, del argentino Marcos Carnevale, como no sea recordar la soberbia lección de oficio de la gran China Zorrilla, y que el guión y la realización abusan hasta el vértigo del lugar común y del edulcoramiento para contar la relación entre dos octogenarios... lo contrario del filme de Ang Lee. Y que también se pudo ver un documental importante, 13 entre mil, de Iñaki Arteta, sobrecogedor acercamiento a víctimas del terrorismo etarra, mostradas con un respeto y una contundencia que colocan al filme entre los más importantes realizados en España sobre el terrorismo: aplazamos hasta su próximo estreno el análisis pormenorizado, que merece mucha más calma.
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