Dos horas
"Una bala de cañón le alcanzó en la pierna derecha, con tal acierto, que casi se le desprendió del modo más doloroso por la parte alta del muslo". Así cuenta Benito Pérez Galdós el momento en que el brigadier Churruca fue herido de muerte en el combate de Trafalgar. Churruca siguió mandando su barco, con la pierna destrozada en un tonel de harina para frenar la hemorragia. No encuentro este detalle en Galdós, pero es un recuerdo de mi infancia, de las lecturas del colegio, cuando España y sus héroes eran asuntos legendarios. Galdós imagina a un chiquillo, Gabriel de Araceli, que, viejo ya, cuenta lo que fue Trafalgar, donde sirvió como grumete. El pelo, ahora blanco, se le eriza al rememorar aquellos navíos, gigantes vivos, gladiadores en lucha entre sí. Una bala arranca la mitad de la cabeza de un oficial y la sangre salpica la cara de Gabriel mientras el barco cae desarbolado.
Churruca era rubio, débil, enfermizo, de hermoso y triste semblante, dice Galdós. La portada de mi edición de bolsillo de Trafalgar reproduce un cuadro de Eugenio Álvarez Dumont: Muerte de Churruca. Yo veo en esta pintura una nobleza de tebeo juvenil. La muerte en Trafalgar del héroe inglés Horatio Nelson fue pintada por Benjamin West, amigo de reyes y emperadores, el primer artista americano que viajó a Roma, especialista en muertes heroicas. "Histriónico fracaso" llama Simon Schama al óleo luctuoso que West dedicó a Nelson. Si Álvarez Dumont registró teatralmente el instante del balazo en pleno movimiento guerrero, en La muerte de Nelson, de West, todo se ha detenido para que marineros y oficialidad formen un coro operístico alrededor del mártir agonizante.
Lord Byron llamó a West el peor pintamonas de Europa y el mejor de la pobre Inglaterra. Conocido como el Rafael americano, West vendía cuadros a 3.000 guineas cuando un Velázquez no llegaba a mil. La maldad de Byron es notable: para celebrar el Quijote, diagnosticó que, desde que Cervantes se riera de la caballería española, no había héroes en España. Byron equiparaba erróneamente héroes y victorias, pero precisamente Trafalgar fue un desastre heroico para España, alineada obligatoriamente bajo el mando de Francia. Trafalgar supuso la pérdida de nuestra flota, su hundimiento militar y comercial, el anuncio seguro de la futura pérdida de Hispanoamérica, siete años antes de que, también en Cádiz, las Cortes proclamaran a España como la unión de los españoles de los dos hemisferios.
Ahora conmemoramos Trafalgar, cinco horas de combate, dos horas especialmente intensas, entre las dos y las cuatro de la tarde, dice Galdós, de un día de hace exactamente 200 años. Es una gran conmemoración. Lo más triste ha sido la adaptación de los discursos oficiales a las circunstancias políticas del momento, octubre de 2005, días de imaginario catastrofismo nacional. Las alusiones del ministro del Ejército a la unidad de España y la nación unida suenan especialmente teatrales, vanas y tristes en el Cádiz de las Cortes de 1812 y la batalla de hace 200 años, si tenemos en cuenta que Trafalgar redujo a retórica, con siete años de anticipación, la definición ideal de nación española de las Cortes de Cádiz.
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