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Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO | 'Antígona'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El pupitre ajeno

Tengo en la mesa seis críticas de Haro Tecglen sobre Macunaíma: la primera de 1982, la última de 1997; en ellas hay un discurso perfectamente discernible que, en cierto sentido, es también la evolución de la ya legendaria compañía de Antunes Filho (debe su nombre la tropa a la novela homónima de Andrade, que también se llevó al cine y es génesis de ese tono excesivo, coral, surrealizante, que luego encontramos cristalizado en Rocha, o ya antes en la prosa de Guimarães), la evolución real de su estilo, sus irregularidades y brillos; pues huyó de la palabra en busca de la comprensión universal gesticular, y ha vuelto a ella; se separó de las influencias de un teatro europeo de toda una épica efervescente (Kantor principalmente, algo del Grotowski) y ahora de ello encontramos trazas que se vuelven a entrever.

Compañía Macunaíma

Antígona, de Sófocles. Compañía Macunaíma.

Dirección y adaptación: Antunes Filho; escenografía y vestuario: J. C. Serroni; luces: Davi de Brito y Robson Bessa; banda sonora: Raúl Teixeira. Teatro Albéniz, Madrid. 20 de octubre.

Un director maduro que rebusca en las claves que le son caras (hay claramente una poética en Macunaíma, una estética): la constante obsesiva del desnudo femenino como contraste y signo de la vida; la iconografía religiosa vulnerada hasta lo burlesco (Creonte parece un santo barroco); el exceso falsario del "baile de la muerte"; el tratamiento coral-coreográfico como respuesta al clímax; una catarsis que se contagia como emblema.

Pero esta impactante Antígona resulta frustrantemente corta, sus sensaciones plásticas no llegan a veces a consolidarse en verdaderas imágenes teatrales; probablemente es que el tiempo de lo trágico es naturalmente otro, que no admita un recorte tan drástico, que esa resolución del dramma a través de su violencia particular necesita algo más de tiempo para que mitos y hombres consuman sus crímenes y sus lamentos; que esa catarsis expresiva y sonora tiene su propio y secreto compás, llámese clásico, llámese eterno.

El reparto es eficaz y las dos protagonistas, Juliana Galdino (Antígona) y Arieta Corrëa (Ismene), dan un intenso sentido a sus discursos, cuando juntas, más potente. Un ambicioso fresco de "teatro dentro del teatro", ritualizado hasta lo pintoresco, con un cierto manierismo que evoca sus propias glorias pasadas.

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