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Análisis:TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Bernat sube, Vassiliev baja

Marcos Ordóñez

Uno. De un tiempo a esta parte, Roger Bernat ha radicalizado su poética, centrada, sumariamente, en "mostrar la vida en un escenario". Para el director catalán, según se me alcanza, la vida no tiene argumento ni narración; la vida es pura deriva, con breves estallidos epifánicos. La gran baza de ese enfoque radica en rastrear y atrapar la autenticidad del "momento", su cristalización más o menos espontánea; su gran peligro, elevar a categoría dramática el "todo vale": la torpeza expositiva, el apunte insuficiente, el tedio. Mi visión difiere de la suya en un artículo: creo que el teatro ha de mostrar "vida", no la vida. Mostrar vida quiere decir seleccionar, reconstruir y destilar. Con la poética de Bernat no suele haber términos medios: cuando pilla verdad no hay quien le iguale y cuando afloja la mano haría bostezar a una estatua. Así, sus últimos espectáculos han derivado del vigor comunicativo y la tensión formal (Bones intencions y la serie de las Imposibilidades) al ombliguismo (ciertas partes de La la la la) o la banalidad soporífera de aquella Amnesia de fuga del pasado año, que hizo honor a su título suscitando ambas cosas en público y crítica. Bernat ha vuelto al Lliure (sólo por cuatro días, en lo que se diría una suerte de precaución programadora) con una nueva función, Tot es perfecte, en la que las epifanías acaban ganando la partida, en el recuerdo, a las escenas plastiformes. Cinco chicos y chicas, de entre 14 y 16 años, deciden representar un relato caballeresco con reyes, princesas y dragones. Todo tiene el aire destartalado y conmovedor (telones pintados, espadas de madera, coronas de cartón) de una función de fin de curso o, mejor, de fin de verano, en el garaje de una mansión de la costa, como si esa humilde función fuese la última burbuja que les separa del mundo exterior. Quizás eso explique las dilataciones del juego: se comprende que la pandilla no quiera salir de esa arcadia imposible, casi un sketch de los Monty Phyton a cámara lenta aderezado con música de ópera y coreografías marciales de película china; pero los pobres adultos, para bien o para mal, vivimos y percibimos a otro ritmo. Felizmente, el relato mismo, muy a la manera de Bernat (y de su dramaturgo, Ignasi Duarte) se resquebraja a cada paso, porque los protagonistas pasan una y otra vez del personaje a la persona, entrando y saliendo de la ficción. Y eso es lo que permanece y brilla en el recuerdo: las fisuras, los puntos de fuga, la maravillosa escena del grupo intercambiando confidencias bajo una tienda de campaña (otra burbuja), hablando de todo y nada, de los padres, del sexo, del ominoso futuro, es decir, el impepinable fin de la adolescencia. Pese a su irregularidad, Tot es perfecte es un indudable paso hacia adelante, fresco y comunicativo, en la trayectoria de Roger Bernat, y también un retorno al pasado. A mi modo de ver, el montaje enlaza con la lenta melancolía de Álbum (1998), que versaba "sobre la pérdida, sobre nuestra infancia y vuestra juventud", y también con el incomprendido Flors (2000), que se definía como "un espectáculo pornográfico para todos los públicos", porque juega con la sexualidad omnipresente de los adolescentes en un doble y astuto mecanismo: la extrema naturalidad con la que se manifiesta en escena, contemplada por el ojo inevitablemente perverso del espectador. Por encima de poéticas y estrategias, lo mejor de Tot es perfecte son los actores, es decir, su elección y dirección. Cuando se pone las pilas, como aquí sucede, Bernat es un maestro a la hora de detectar "actores naturales", sin experiencia previa, y ponerles a jugar, en igualdad de condiciones, con intérpretes más curtidos. El rey indiscutible de la función es Nao Albet, un muchacho que ya está dando que hablar: veló sus armas con Belbel y Rigola y se ha convertido en una de las estrellas del serial catalán Ventdelpla, toda vez que está en los antípodas del típico y tópico "joven actor televisivo". Tiene una naturalidad densa y liviana al mismo tiempo, un humor con muchísima trastienda, y la cualidad esencial del gran intérprete: reaccionar, en todo momento, a los envíos de los otros. La reina es, por lo que me cuentan, una actriz "de la calle", seleccionada tras una charla de café. Se llama Hekla Magnusdottir y protagoniza uno de los momentos culminantes de la velada: la enfebrecida arenga a favor de un carpe diem erótico a velocidad de crucero porque, como todo el mundo sabe, "a los 25 años los genitales se secan". Cómo suben estos chicos.

A propósito de Tot es perfecte, de Roger Bernat, y Medeamaterial, de Vassiliev, en el Lliure

Dos. Huyan a escape, en cambio, del último Vassiliev, que también ha aterrizado brevemente (por suerte) en el Lliure para convertir Medeamaterial, el miniclásico de Heiner Müller, en una temible lección práctica de cómo tomar a una espléndida actriz, Valerie Dreville, formada con Vitez, recluirla durante dos años en su laboratorio de taimado científico ruso y devolverla al mundo convertida en un robot gargarizante. Lejanos los días felices de aquel Seis personajes (1988) con el que desembarcó en España y de la posterior belleza entre latosa y mística de Las lamentaciones de Jeremías (1996), Anatoli Vassiliev parece embarcado en un navío sin retorno, cimentado en tres nociones entre pasmosas y espeluznantes para cocinar una sopa de ajo holocáustica: a) "El teatro actual se encuentra en su fase terminal, porque las ideas y la visión del mundo sobre las que se construyó han muerto"; b) "la entonación contiene una ideología, más que la palabra en sí", y c) "el espectáculo -habla de Medeamaterial- es una frase que turba la experiencia evidente del lenguaje y lo deconstruye en un proceso que lleva a la liquidación del autor". Antes de la liquidación te cascan el texto de Müller en una pantalla: todo un detalle. Para él y para nosotros, porque la única palabra que alcancé a entender del monólogo (mascullado, ronroneado, aullado y regurgitado por la Dreville) fue "Jasón". Hubo que lamentar desgracias personales.

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