"He matado a mi amigo"
Un cazador furtivo avisó a la Guardia Civil de que un disparo suyo segó la vida de su compañero
Sobre la mesa del guardia civil que investiga el caso está el teléfono móvil de uno de los muertos. El agente apenas tiene dudas de lo que sucedió durante la madrugada del 12 de octubre en un quejigal de Loarre, un pueblo de Huesca que en 1970 tenía más de 1.000 habitantes y ahora sólo reúne a 400 los días de fiesta. Dos amigos, Jaime Pié Estaún y Jorge Torralba Gállego, de 23 y 25 años respectivamente, murieron por disparos de escopeta cuando se dedicaban a la caza furtiva del jabalí. El guardia, aún impresionado por lo que vio aquel amanecer, coge el teléfono, se fija en que todavía tiene batería y lo vuelve a dejar sobre la mesa.
Jaime trabajaba en un retén contra incendios y Jorge era guarda de seguridad. La noche del 11 de octubre, los vieron tomando una copa juntos en un bar de Huesca. Uno y otro eran grandes aficionados a la caza. Jaime tenía registrados a su nombre cuatro rifles y cinco escopetas, y Jorge, tres escopetas y un rifle. Se presentaba una noche sin luna y decidieron acercarse a Loarre, a 32 kilómetros de la capital oscense. Hacía algún tiempo que unos jabalíes estaban entrando en la huerta de un familiar de Jorge, y ellos decidieron ir a sorprenderlos, lo que en el argot de los cazadores se llama "hacer la espera".
En 2004 se registraron 54 accidentes de caza, que causaron 10 muertos y 44 heridos
"Me llamo Jorge Torralba. Ha sido un accidente. La culpa fue de los animales"
Al llegar al pueblo, se cambiaron de ropa y de coche. Se pusieron prendas oscuras, apropiadas para la caza, y cogieron las llaves de un todoterreno Lada Niva que tiempo atrás habían comprado entre un grupo de amigos. Tanto uno como otro escogieron sus escopetas semiautomáticas más viejas. Jaime, una Beretta, y Jorge, una Franchi. Las cargaron con tres cartuchos cada una. Jorge eligió balas expansivas del calibre 12. Jaime metió postas, una munición prohibida. No se llevaron cartuchos de repuesto. Sólo Jaime se guardó una posta más en el bolsillo de la camisa.
A las cuatro y diez de la madrugada, un sargento de la Guardia Civil de Zaragoza atendió una llamada de emergencia: "Me llamo Jorge Torralba. Estaba cazando cerca de Loarre y he matado a mi amigo. Ha sido un accidente". El guardia intentó calmarlo. Le preguntó dónde se encontraba y le indicó que encendiera las luces del todoterreno y que lo colocara en el sitio más visible. Antes de cortar la comunicación, Jorge dijo una frase que dejó preocupado al guardia: "La culpa fue de los animales, pero esto lo voy a solucionar yo...".
Tras colgar, Jorge llamó a su madre.
Cuando el comandante del puesto de Ayerbe llegó al lugar acompañado de un tío de Jorge no habrían dado las cuatro y media, pero ya sólo quedaba avisar al juez.
El agente encargado de investigar el suceso llegó con las primeras luces del día. Los dos muchachos yacían a cinco metros uno del otro. A 15 metros, el todoterreno. Y un poco más allá, dos jabalíes muertos. La versión de la Guardia Civil es que cuando los dos amigos llegaron a hacer la espera, los animales -más de cuatro, según las huellas- ya estaban allí. Jaime, que iba en el lado del conductor, disparó sólo dos veces, posiblemente desde el coche, y mató a uno. Luego, los dos amigos se bajaron del vehículo. El primer tiro de Jorge abatió a otro jabalí. El segundo, sin embargo, alcanzó la mandíbula de Jaime. La bala expansiva siguió una trayectoria de abajo arriba, lo que indica que Jorge pudo trastabillar por culpa del terreno irregular y disparar por accidente en medio de la confusión provocada por la estampida. La investigación dice que, a partir de ese momento, Jorge alternó instantes de lucidez con otros de ofuscación total. Los restos de sangre en la parte trasera del todoterreno demuestran que intentó subir a Jaime para buscar ayuda, pero que luego -al percatarse de que su amigo había muerto- desistió y fue a colocar el vehículo en un lugar visible y con las luces encendidas. A continuación, y en un gesto que los investigadores no saben cómo interpretar, descargó la escopeta del amigo. Luego, preparó el cadáver cruzándole los brazos encima del pecho. Sólo había disparado dos veces y, por tanto, su vieja Franchi seguía cargada con un proyectil.
El viernes pasado, los dos amigos fueron honrados juntos en la Catedral de Huesca. Desde el primer momento, las familias y los investigadores tuvieron claro que Jaime murió por una bala perdida y que Jorge se quitó la vida porque el peso de la culpa se le hizo insuperable. El año pasado, y sólo en la provincia de Huesca, tres personas murieron y otra resultó herida grave por accidentes de caza. En el resto de España, la Guardia Civil contabilizó hasta 54 accidentes, con 10 muertos y 44 heridos.
El caso está claro, pero no cerrado. Los cazadores saben que un jabalí puede barruntarlos desde kilómetros de distancia. Dice un agente que los furtivos también huelen de lejos el peligro de su actividad ilícita, pero que aun así muchos continúan jugándosela a cambio de adrenalina o de trofeos imposibles de conseguir por el camino legal.
El teléfono de Jaime sigue sobre la mesa del guardia civil, perdiendo batería lentamente.
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