Triste zoo
Mi visita ayer al zoo de Madrid me dejó un mal sabor de boca, o mejor, de oídos. Y no precisamente por oír a los animales, sino por tener que aguantar el disparate sonoro que la dirección de tal lugar tiene a bien asestar a sus visitantes. Música a un volumen insufrible nos acompaña pertinaz a lo largo y ancho de nuestro recorrido, sobre todo durante las exhibiciones de acrobacias de algunos animales, como aves rapaces y delfines. Desde el rock and roll hasta la samba, pasando por la bendita música clásica, todo ello adobado con la estentórea voz de un comentarista histérico, no hay palo del mundo musical que el director de este apabullado zoo deje sin tocar.
Tal ahínco por ponernos en contacto con el mundo de los animales, que son a los que hemos ido a ver, oír y sentir, merecería que este insuperable pinchadiscos encontrara un lugar más afín a sus aptitudes. Un cambio en la dirección de este zoo, triste gracias al mal uso de la música, es deseable.
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