_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las iniciales

No se dan un respiro, no descansan domingos ni fiestas de guardar. Son un oscuro ejército sin nombre, con nombres y apellidos tan corrientes como los de cualquiera, tan aparentemente inofensivos como el suyo o el mío. Castizos gentilicios, inocentes nombres propios. Apellidos que raramente brillarán en algún titular luctuoso compuesto a tres, cuatro o cinco columnas. Así es. Son así. Tipos normales, grises, con trabajos vulgares o vulgares subsidios de paro. Nada que destacar. Sólo sus iniciales. Eso es todo. Tres letras en negrita. La mayoría de esta sombría tropa no alcanzará la gloria criminal. No serán Charles Manson. No habrá un Truman Capote que firme una obra maestra inspirándose en sus carnicerías. No son ni Dick ni Perry, aunque compartan su genealogía. Son la clase de tropa del maltrato y del miedo. Son los peones del terror doméstico. Ciertamente, dan miedo, sobre todo porque son invisibles, numerosos y ubicuos. Están en todas partes.

El viernes pasado, S.B.L. golpeó a su ex pareja en la cara y el cuerpo. Sucedió en Barakaldo. El hecho de que la mujer tuviese a su hijo en brazos no impidió la agresión. Los dos, mujer y niño, acabaron en el hospital de Cruces. La mujer con heridas de pronóstico reservado y el niño con un hematoma en el pómulo. La noticia no va a trascender. Es un suceso más. Uno de tantos. No se trata de nada extraordinario. No ha caído, afortunadamente, ninguna torre ni ha estallado ninguna estación por los aires. Toquemos madera. Pero tocamos sangre y, sobre todo, tocamos miedo en esos titulares que forman una terca gotera de dolor. Esas tres letras que encubren al verdugo nos producen una inquietud sin nombre. Hay demasiadas letras en el abecedario y las permutaciones nos dan vértigo. ¿Quién es S.B.L.? Uno llega a su casa, abre el portal, asciende la escalera, se acerca a los buzones, busca el suyo y descubre que su nombre también es S.B.L. Dentro de cada uno de nosotros, no conviene olvidarlo, puede habitar un allien llamado S.B.L. Hay que tenerlo a raya.

Lo malo es que S.B.L. no descansa. Esas tres letras forman un invisible ejército sin nombre que no concede treguas, que golpea sin tregua, que acecha y acosa y derriba al enemigo. Un enemigo inerme, una especie de ejército desnudo, paralizado por su propio miedo. Tan inocente como desguarnecido. Hablamos del terror. Cuando hablamos (y vaya que si hablamos) de terrorismo regional, nacional e internacional, ¿por qué no hablamos nunca de esta guerra siniestra, sucia e interminable? ¿Cómo contribuir a que termine o, cuando menos, a que se reduzca el número de bajas? Quizás hablando del condenado asunto del maltrato doméstico en otros términos, más allá de la crónica negra de sucesos. Porque no es un suceso la paliza que S.B.L. le dio a su ex pareja. No debería serlo. Es algo más. El terrorismo, todo, ¿no es en el fondo, siempre, un asunto doméstico? Ese maldito ejército compuesto por sombrías iniciales no nos quiere dar tregua. S.B.L. no quiere renunciar a su poder, al poder de su fuerza ridícula, ominosa. No deja nunca de reivindicarse y de reivindicar su causa, que es la causa del hombre (eso jura) ofendido, humillado, vulnerado en su esencia. Ella, la víctima, la mujer, es la gran genocida, la culpable, la responsable última y primera. Con ella (que es el ejército opresor) no hay manera de alcanzar acuerdos ni de entablar un diálogo de mínimos. Por su culpa no avanza el escenario de la paz. ¿Les suena?

Nunca es el momento de pedir u ofrecer una tregua. No llega nunca el día de dejar de golpear o, simplemente, de sentarse en el borde del camino y fumarse un pitillo antes de que el Gobierno nos empapele. Fumar es más humano y, sobre todo, más sano que golpear a un semejante. Pero no. En la casa común de los vascos, en el lar de los hijos de Aitor, la violencia doméstica está al orden del día. Y pasa lo de siempre. "No creo que sea el momento", acaba de decir el dirigente de Herri Batasuna Pernando Barrena, "de pedir ningún tipo de posicionamiento de este tipo". El "posicionamiento de este tipo" es que ETA deje de atentar, extorsionar, golpear o matar. No es el momento. Es triste oírlo. Para ellos, hoy no es siempre todavía. Pero mañana es nunca.

Tengo miedo. Creo que voy a bajar al portal a mirar el buzón. Quizás haya un paquete con mis iniciales o con las de S.B.L.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_