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Reportaje:MÚSICA

Elza Soares y la eterna juventud

Una chiquilla de 13 años, escuálida -pesaba sólo 38 kilos-, mal peinada y peor vestida, se presentó en los estudios de la poderosa Rádio Tupi con el fin de participar en uno de sus populares concursos. Acababa de tener un hijo y necesitaba imperiosamente dinero para alimentarlo. El público -más de mil personas- la recibió con una sonora carcajada. Ary Barroso, creador de canciones como Aquarela do Brasil, presentaba aquel programa en el que los aspirantes a estrella que no daban la talla mínima eran interrumpidos bruscamente por el sonido de un gong. La miró por encima de sus gafas y le preguntó con crueldad de qué planeta venía. "Del planeta hambre", respondió ella. Y cesaron de inmediato las burlas. Cantó, se ganó una salva de aplausos, con la gente puesta en pie, y le dieron la puntuación más alta.

Elza Soares fue madre con 13 años y viuda a los 18. Nació en 1937, en una de las primeras favelas de Río de Janeiro, hija de una lavandera y un obrero, y creció con la sincopa de la samba. Una vida de película: desde que trabajaba en una fábrica de jabón hasta casarse con un mito del fútbol y convertirse en la cantante admirada por Louis Armstrong, condecorada por el presidente Kubitschek y premiada por la BBC. Cantando para no enloquecer se titula su biografía editada en 1997. A Garrincha, el genial extremo de las piernas torcidas, lo conoció poco antes del Mundial de Fútbol de 1962. Una relación tormentosa entre almas gemelas: los dos habían pasado hambre, se casaron siendo niños y tenían ya varios hijos.

Su primer éxito lo obtuvo con Se acaso você chegasse, de Lupicinio Rodrigues y Felisberto Martins, aunque la primera canción que grabó para aquel 78 rpm fue una versión de Mack the knife, de Brecht y Weill. Eran años de bossa nova y ella actuaba en la boite Oasis, en São Paulo. Se alojaba en una suite del Lord Palace y la gente hacía cola para verla. Nunca había ganado tanto dinero: confiesa que guardaba los billetes en las bragas.

Esta mulata de ojos rasgados, que se anticipó a la estética de la cabeza rapada, ha ido moldeando su figura a fuerza de gimnasia y visitas al quirófano. Su voz ronca y algo rota volvió con fuerza hace seis años en un refinado espectáculo que dirigía Zé Miguel Wisnik, Dura na queda (Dura en la caída), título de una canción que le proporcionó Chico Buarque. El disco posterior, Do cóccix até o pescoço, con presencia de DJs, lo produjo Alê Siqueira (Tribalistas). Y la escena electrónica de São Paulo le ha proporcionado una nueva juventud: Arthur Joly, responsable del proyecto Mugomango, produce Vivo feliz, su disco más reciente. A la etiqueta de sambista funk añade drum'n'bass y hip hop. Y la industria no ha perdido la ocasión de comercializar Negra, una caja de 12 CDs que reúne más de veinte álbumes editados entre 1960 y 1988.

Muchos la consideran la diva brasileña de la música negra. Una especie de Aretha Franklin carioca. En todo este tiempo se acostumbró a los altibajos: "No me hago ilusiones. Te puedes acostar con fama y despertar con fome (hambre)".

Elza Soares actúa el 14 de octubre en Madrid (Real Escuela Superior de Arte Dramático).

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