El gobernador desafía a Roma
Antonio Fazio y el Banco de Italia echan un pulso a Berlusconi y a parte del sistema financiero
El gobernador del Banco de Italia, Antonio Fazio, ha decidido echar un pulso con el Gobierno de Silvio Berlusconi, con los empresarios, con los jueces y con buena parte del sistema financiero. Mientras llueven las peticiones de dimisión y los fiscales le acusan de abuso de cargo público, Fazio resiste en su despacho del Palacio Koch, convencido de que aún puede ganar esta batalla. La crisis ha llegado a un extremo gravísimo y ya no sólo afecta a la credibilidad de Italia en el mundo, sino a la propia gestión de la altísima deuda nacional. El gobernador, sin embargo, no está solo. La posición del propio Berlusconi resulta dudosa. El conflicto del Banco de Italia pone al descubierto la extraordinaria ambigüedad del sistema político e institucional italiano.
Por dos veces, Berlusconi ha reconocido que la continuidad de Fazio daña al país y ha apelado a "la conciencia" del gobernador para sugerir la necesidad de que se vaya. Pero no ha querido ir más lejos. No ha emitido un comunicado oficial del Consejo de Ministros, ni ha buscado una declaración del Parlamento, porque el partido de Fazio sigue siendo potente. Hay fazistas dentro de Forza Italia, del Partido de los Demócratas de Izquierda y de La Margarita, es decir, en casi todo el espectro parlamentario.
El mismo Berlusconi duda: ¿y si el sustituto de Fazio fuera un simpatizante de la izquierda? Dentro del Gobierno, los regionalistas de la Liga Norte respaldan a Fazio con gran entusiasmo: uno de los principales proyectos del gobernador, la creación de un gran banco del norte, coincide con las aspiraciones liguistas. El partido de Umberto Bossi, además, no olvida que Fazio salvó de la quiebra Eurocredinord, la desventurada institución financiera creada por la Liga Norte para vertebrar la economía de una futura Padania autónoma o independiente.
Batallas bancarias
La ruina de Fazio, sobrevenida en verano en el fragor de las batallas bancarias que enfrentaban a Unipol y un grupo de inversores inmobiliarios romanos contra el español BBVA, en pugna por el control de Banca Nazionale del Lavoro, y a Banca Popolare di Lodi (hoy llamada Popolare Italiana) contra el holandés ABN Amro dentro de Banca Antonveneta, tuvo mucho que ver con los grandes proyectos de Fazio para reorganizar el sistema bancario italiano.
Antonio Fazio, gobernador desde 1993, con cargo vitalicio, plenos poderes, influencia gigantesca y sueldo en consonancia (620.000 euros anuales), no deseaba la llegada de "intrusos" extranjeros como BBVA y ABN Amro. Quería que el coto cerrado de la banca italiana durara un poco más de tiempo para pilotar unas cuantas fusiones internas y, sobre todo, transformar la pequeña Banca Popolare di Lodi de su amigo Gianpiero Fiorani en el gran banco del norte. Por eso se obstinó en que Antonveneta cayera en manos de Fiorani, pese al consejo contrario de todos sus asesores, conscientes del pequeño tamaño y de la escasez de recursos de Popolare di Lodi y conscientes también, probablemente, de que el amigo del gobernador estaba movilizando recursos de forma irregular.
Fiorani fue inhabilitado en julio, las acciones de Antonveneta que había comprado fueron secuestradas por orden judicial y los fiscales anuncian el próximo procesamiento del banquero, y de varios de sus colaboradores, por diversos delitos. Fazio, por el momento, es acusado de abuso de cargo público: los fiscales sospechan que favoreció a Fiorani a sabiendas de que éste actuaba al margen de la ley.
El de Fazio fue un error de cálculo. Pese a las críticas recibidas en anteriores ocasiones por su "nacionalismo" (tampoco el BSCH pudo aumentar su participación en Sanpaolo seis años atrás), el gobernador disponía de un prestigio inmenso. Había guiado con habilidad la privatización bancaria y la delicada implantación del euro en un país habituado a la divisa débil y las devaluaciones, y había sabido preservar la absoluta independencia del Banco de Italia. Confió en su poder ilimitado y descubrió que ya no lo tenía. La independencia del banco central, sin embargo, le proporciona todavía, pese al error, las acusaciones de la justicia y la pérdida de credibilidad, una trinchera confortable.
No se trata solamente de que ni el Gobierno ni el Parlamento puedan despedirle. Sólo puede hacerlo el manso Consejo Superior del Banco de Italia (13 consejeros con una edad media de 78 años, nombrados por los grandes bancos a sugerencia del propio gobernador), y el jueves dejó claro que no pensaba hacerlo porque Fazio disponía de la "total confianza" de los 13 miembros.
Hipotética dimisión
La fuerza de Fazio reside ahora en que su dimisión dañaría de forma irreparable la independencia del Banco de Italia: si la presión política bastara para hacer caer al gobernador, ningún sucesor de Fazio podría estar tranquilo. Y el Banco de Italia sigue siendo una de las instituciones más prestigiosas del país, ya que su blindaje frente al Gobierno y los partidos le han permitido ser, durante décadas, prácticamente la única institución italiana ajena a la corrupción.
El partido fazista se basa sobre ese argumento: hay que preservar el blindaje, cueste lo que cueste. Y, con el blindaje, al propio Fazio. También pesan a favor de Fazio, profundamente católico y próximo al Opus Dei, sus poderosos apoyos en el Vaticano (es amigo del secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano) y en la Conferencia Episcopal (es amigo del presidente, el cardenal Camillo Ruini, y del cardenal Gianbattista Re).
Cuando, hace dos semanas, la conferencia episcopal italiana criticó las escuchas telefónicas policiales que habían puesto al descubierto la conspiración entre Fazio y Fiorani, no sólo sobrepasó sus competencias pastorales: los obispos emitieron una señal clara sobre su simpatía hacia Fazio y, hasta cierto punto, respaldaron indirectamente la hipótesis (rocambolesca pero muy difundida) de que tras la campaña contra el gobernador asomaba el viejo conflicto italiano entre banca católica y laica.
Los dueños del banco central
El Banco de Italia es, según su propio estatuto, una institución del Estado. Pero sus dueños son los bancos italianos. El grupo Intesa posee el 27% del capital; el grupo San Paolo IMI, el 17%; el grupo Capitalia, el 11%; el grupo Unicredito, el 11%; el grupo Assicurazioni Generali, el 6,3%. El resto son participaciones menores de otras entidades financieras.
La propiedad privada de una entidad tan pública como el Banco de Italia es una de las cuestiones que el Gobierno se propone resolver desde hace tiempo, pero la diversidad en las valoraciones del precio del banco central (hay quien valora el 10% en 50 millones de euros, hay quien lo valora en 500 millones) y el poco entusiasmo de los bancos por vender, así como las dudas de la mayoría parlamentaria sobre la ley de reforma en la que se incluiría la recompra por parte del Estado, han impedido que se avanzara.
También aquí surge la cuestión católica. El principal accionista es Banca Intesa, presidida por Giovanni Bazoli, un católico políticamente moderado que controla una cuota del Instituto para las Obras Religiosas (el banco del Vaticano).
Matteo Arpe, consejero delegado de Capitalia, tercer accionista del Banco de Italia, es también considerado próximo a las finanzas vaticanas y, al igual que el presidente de la entidad, Cesare Geronzi, es investigado por su presunta cooperación con la familia Tanzi en el colosal fraude de Parmalat, un desastre que el gobernador Antonio Fazio no supo prever.
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