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Reportaje:BALONCESTO | NBA

El discutido ADN de Curry

Polémica en EE UU al exigir Chicago Bulls a uno de sus jugadores que pase un análisis genético para ver si sufre o no una enfermedad

Una aparentemente inocente prueba de ADN para determinar si Eddy Curry, de los Bulls de Chicago, es portador, a sus 23 años, de una enfermedad cardiaca congénita esta levantando ampollas en la Liga profesional norteamericana de baloncesto (NBA). En el asunto ya se han involucrado los clubes, el sindicato de los jugadores, decenas de médicos y abogados y, cómo no, el comisionado de la competición, David Stern.

El pasado 30 de marzo, tras un partido que su equipo jugó en Charlotte, Curry sufrió una arritmia. Días más tarde, los especialistas le diagnosticaron una cardiomiopatía hipertrófica, un mal que, en su caso, consiste en poseer un corazón más grande de lo normal incluso para un pívot de 2,11 metros y 129 kilos. Curry no volvió a jugar y su última temporada firmada, para la que se había presentado con 15 kilos menos y en la que parecía que iba a consolidarse definitivamente, tras cuatro duras campañas, en los nuevos Bulls post-Jordan, se fue al limbo.

Sin embargo, una decena de médicos consultados por Curry sostienen que su arritmia no es peligrosa y mucho menos de origen genético. Para salir de dudas, los Bulls han propuesto que se someta a una prueba de ADN como condición indispensable para que firme un contrato por un año y cinco millones de dólares, y cuya oferta caduca ahora.

Los directivos de la franquicia de Chicago argumentan que es el seguro que vela por los jugadores, no ellos, el que exige que se someta a dichos análisis. Además, sostienen, un examen de ADN no puede hacer más que beneficiar a Curry, pues, de confirmarse los peores temores, le ayudaría a replantearse su futuro en la canchas o fuera de ellas. Pero Curry, su agente y sus abogados entienden que los Bulls están actuando al límite de la legalidad.

¿Por que tanto miedo a una prueba de ADN? Si diese positivas, Curry no sólo diría adiós a su contrato soñado de 70 millones de dólares, parecido al que Pau Gasol obtuvo la temporada pasada en los Grizzlies de Memphis, sino que tendría que abandonar para siempre el baloncesto, y no por decidirlo él así, sino porque no habría ningún equipo que se arriesgase a ficharle. Todo, con el riesgo añadido de que pueda caer muerto sobre el parqué de la misma manera que le sucedió a Reggie Lewis, de los Celtics de Boston, en 1993 o a la joven promesa colegial Hank Gathers, de la universidad de Loyola Marymount, en 1991.

Para los letrados de Curry, el éxito de los Bulls en sus exigencias trascendería del mundo deportivo y pasaría a representar un precedente peligroso en el ámbito laboral de Estados Unidos. Según ellos, una prueba de ADN no sólo les informaría de si Curry es genéticamente propenso a sufrir una enfermedad cardiaca, sino también si lo es a padecer algún tipo de cáncer, de alopecia o, por ejemplo, propensión al alcoholismo.

En un país en el que las empresas ejercen su derecho a hacer esporádicos análisis de sangre a sus trabajadores para comprobar si consumen drogas, nada parece impedir que los Bulls no puedan salirse con la suya. Ni siquiera el último acuerdo del convenio laboral entre jugadores, propietarios y la NBA, al que se aferra Curry, parece favorecer a su estrella. Según el documento, los baloncestistas deben suministrar a sus clubes todos los estudios clínicos que sus jefes consideren apropiados y razonables.

¿Una prueba de ADN es razonable? Con el apoyo del sindicato y con el beneplácito de Stern a saltarse el test, aún a sabiendas de que los Bulls están en su derecho de ejercer tales exámenes, se supone que Curry logrará no pasar por el trance de saber su peligrosa verdad, pero con el precio añadido de no jugar nunca más para Chicago.

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