Instinto mágico
Yo tenía una tía muy graciosa que mantuvo una actividad cultural desbordante hasta una avanzada edad. Durante años trabajó en el equipo de guionistas de una antigua emisora de radio. También cantaba en un coro. Un día me dijo: "A mí lo que me va es ser del montón: escribir en equipo, cantar en un coro, formar parte de un harén, cosas así...". A los 80 había logrado realizarse en las tres actividades. A mí, de estos tres modos de cooperar, sólo uno me llama verdaderamente la atención: el canto coral. Hace muchísimos años me quedé hechizada al oír, en una iglesia de un pequeño pueblo bávaro cuyo nombre no recuerdo, unas voces ensayando a cappella algo de Palestrina. Recuerdo haber oído repetir la misma frase musical durante un tiempo indefinido, digo indefinido porque el tiempo quedó en suspenso. No supe distinguir si cantaban bien o mal, pero no olvidé la experiencia.
Durante meses Camerata Sant Cugat ha tejido y destejido las 12 partes en que se escenificará el 'Réquiem' de Mozart
Desde entonces siempre he visto a los coros como esotéricas formaciones a las que sólo es posible acceder tras superar ritos iniciáticos probablemente complejos. Me parecían gentes singulares que, además de afinar y hablar latín, tenían la portentosa habilidad de abrir la boca en el instante justo y cerrarla en el instante preciso, cualidad sin duda insólita en los tiempos que corren. Si los conciertos me gustaban, los ensayos me interesaban aún más: me preguntaba por qué la repetición, fuente de tedio por excelencia y generadora de la más aborrecible rutina, podía ser en un ensayo musical no sólo soportable, sino hermosa. También me fascinaba la observación de los cantores, reconcentrados, aparentemente embelesados en un presente puro, y sin embargo unidos entre ellos por fuerzas secretas que les permitían encajar con más o menos habilidad.
En fin, no me habría importado quedarme toda la vida con esta imagen sublimada de lo que es un coro, de no ser porque durante unos meses he tenido la ocasión de asistir a los ensayos del grupo coral Camerata Sant Cugat y desvelar así parte del misterio. Lejos de despoetizar mi idea de lo que es un coro, observarlo desde dentro más bien ha contribuido a reforzarla. Bien es cierto que han estado ensayando el Réquiem de Mozart. Y ahí he podido darme cuenta con claridad de por qué la repetición no es, en un ensayo de este calado, generadora de tedio. He aquí la cualidad por excelencia del genio: siempre produce lo inesperado, incluso cuando lo esperas. Es también la virtud de lo clásico, que consiste en haber logrado atravesar los siglos repitiéndose una y otra vez hasta la saciedad, pero sin saciar a nadie. Ya tenemos, pues, al genio. Luego está, además, el talento y el garbo de Xavier Baulies, entregado a su intento de extraer de un coro, a priori de aficionados, fina orfebrería sonora. Es de ese tipo de maestros dinamizadores y entregados que derrochan pasión y que se enervan con los errores de sus cantores como si fueran suyos (los errores y los cantores). Luego están las voces, personas que no escatiman horas de dedicación al asunto tras duras jornadas laborales, y todo, nunca mejor dicho, por amor al arte. Han estado durante meses tejiendo y destejiendo las 12 partes en que se escenificará este portentoso tapiz que es el Réquiem, han mejorado noche a noche, y lo estrenan el próximo domingo.
El coro forma parte de una obra más compleja ideada por Baulies, en la línea de lo que ya fue Power of peace, el primer espectáculo de Camerata Sant Cugat en tanto que productora de espectáculos en los que confluyen todas las artes escénicas. En Instint Mozart, Baulies ha pensado, ha soñado, un espectáculo ambicioso, completo: evocar las luces y las sombras de la vida, el camino del luto a la alegría, de las tinieblas a la luz, de las lágrimas a la exaltación gozosa, de Tánatos a Eros, todo ello a través de la danza, la música, la poesía recitada y el espectáculo visual. Ciertamente la palabra instinto nos remite a lo animal, visceral, primitivo y atávico, al impulso que se realiza con genio y sin esfuerzo. Pero lo que hay detrás del impulso es un trabajo del copón. Un entramado prodigioso de elementos que deben fluir, además, sin perder de vista esa sensación de sobrio primitivismo, algo que Baulies, que no en vano es de Tremp, sabe transmitir muy bien a los componentes de la obra.
Todo ello se concreta en este espectáculo insólito con las voces de los actores Mercè Pons y Pere Arquillué, que recitarán sonetos de Shakespeare, con los cuerpos en movimiento de la compañía de danza Pepe Hevia, con la escenografía colorista de Eduard Muntada y Josep Pla-Narbona y con la orquesta Camerata Sant Cugat dirigida por Pere Bardagí. De las voces del coro (que actuará junto a miembros de la Polifónica de Tremp y de cuatro magníficos solistas) ya les he contado. Y teniendo en cuenta que los cantores que tanto goce proporcionan son el único elemento aficionado de toda la obra, y que el resto de componentes son profesionales, el estreno, el próximo 2 de octubre, en el auditorio de Sant Cugat promete, si todo sale según lo previsto, una auténtica explosión de placer que no requiere de experiencia musical alguna para ser disfrutada con intensidad. Por ello, y fiándome de mi instinto, me atrevo a recomendárselo con fervor.
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