El freno de la UE
El dueño del restaurante de Berlín decía que la confusión poselectoral es bastante habitual en su país de origen, India. Los políticos acabarían por llegar a un acuerdo para algún tipo de coalición de Gobierno, aseguró al periodista de la televisión alemana. Su sonrisa daba a entender: relájese y tómese una copa. "¡Pues qué interesante... Una situación a la india!", comentó la presentadora alemana en el estudio, con gran profesionalidad y una condescendencia étnica inconsciente. Y con un tono que implicaba: ¿De verdad hemos caído tan bajo? ¡Una situación a la india aquí, en Alemania!
Ante lo que se me ocurre replicar: "Ojalá...". Ojalá que Alemania tuviera algo parecido al dinamismo económico de la democracia más grande del mundo; una democracia, por cierto, un poco más antigua que la de la República Federal de Alemania. Sólo un recordatorio: el índice de crecimiento de India durante los últimos 12 meses fue del 7%, mientras que el de Alemania fue del 0,6%.
Lo mejor sería que se repitieran las elecciones en Alemania. Un Gobierno de coalición será casi con seguridad una pérdida de tiempo mucho mayor
Sólo una Europa unida tiene la capacidad de sostenerse en un mundo semejante. Así que no es el momento de alegrarse por los males ajenos
La afirmación de la UE de que sería la economía más competitiva del mundo para 2010, siempre jactanciosa, parecerá todavía más absurda
El resultado de las elecciones alemanas -si es que se puede llamar resultado- no va a ayudar a salvar esa distancia, ni a abordar los problemas crónicos de estancamiento y desempleo masivo en la que sigue siendo la mayor economía de Europa. Nos encontramos en un territorio desconocido, en el que cada uno de los líderes de los dos principales partidos parlamentarios, Angela Merkel y Gerhard Schröder, reclama su derecho a encabezar una coalición de Gobierno como canciller federal (Schröder ha roto el precedente político establecido, que exige que el líder del grupo parlamentario más amplio sea el primero en intentar reunir la coalición parlamentaria que necesita para ser canciller). Ahora bien, el artículo 63 de la minuciosa constitución de la República Federal prevé una serie de etapas a lo largo de los dos próximos meses para que los partidos, bajo la tutela del presidente federal, traten de formar una coalición de Gobierno con una mayoría absoluta en el parlamento o un Gobierno de minoría tolerado. Si no sale ninguna de estas cosas, el presidente puede disolver ese Parlamento bloqueado y convocar nuevas elecciones.
En mi opinión, eso sería lo mejor. El proceso supondría perder seis meses, pero un Gobierno de coalición será seguramente una pérdida de tiempo mucho mayor. Cualquiera de las coaliciones posibles en este momento serán alianzas entre grupos que son como el día y la noche, o incluso directamente incompatibles. Obligarán a alcanzar compromisos políticos tremendamente dolorosos. Estarán plagadas de conflictos personales y maniobras de los partidos con el fin de situarse ante unas elecciones que todo el mundo supondrá cercanas. Las consecuencias para la política económica y social -y probablemente para la política exterior- consistirán en más chapuzas como las que ahogan los intentos alemanes de reforma desde hace más de un decenio. Será perjudicial para Alemania, para Europa y para la economía mundial.
La chapuza más probable sería la derivada de una gran coalición entre socialdemócratas y democristianos. Schröder ha asegurado que no piensa trabajar a las órdenes de Merkel, ni Merkel a las de Schröder, de modo que (a no ser que alguno de ellos cambie de opinión) haría falta una doble decapitación ya antes de poder poner en marcha esa gran coalición. Dado que los dos partidos tienen políticas diametralmente opuestas en áreas como la reforma de la sanidad, las chapuzas a las que habría que recurrir serían de tamaño monumental.
La última vez que gobernó una coalición tan amplia, en 1966-1969, el resultado fue el fortalecimiento de la extrema derecha y la extrema izquierda, puesto que los dos grandes partidos de masas estaban en el Gobierno. Un destacado historiador de la Alemania contemporánea, Harold James, afirma que la vez anterior que Alemania había tenido algo parecido a una gran coalición fue en el periodo 1928-1930, con la desastrosa consecuencia, en plena gran depresión, de que los votantes acudieron en tropel a votar a los comunistas y los nazis, y el final de la República de Weimar se aceleró.
Si estamos de acuerdo con esta interpretación, da la impresión de que Alemania siente el impulso de recurrir a una gran coalición cada 35 años más o menos. Casi nadie opina que en este caso las consecuencias fueran también catastróficas. Lo más probable es que se convirtiera en un periodo delicado de transición entre un Gobierno de coalición razonablemente estable y otro nuevo Gobierno, como sucedió en los años sesenta. Si es así, más vale abreviar la agonía y convocar nuevas elecciones.
Fiscalidad peligrosa
Siempre existe el peligro de que estemos analizando con demasiado detalle el resultado. Si Angela Merkel hubiera dado mejor imagen televisiva y su campaña no hubiera sufrido las consecuencias de unas propuestas fiscales que muchos alemanes consideraron peligrosas, ahora podríamos estar, todos, explicando por qué los alemanes habían votado por el cambio. Además, el partido que más ha visto aumentar sus votos, el de los demócratas liberales, fue el que con más rotundidad defendía las reformas económicas de libre mercado, pero el resultado final de las elecciones se puede resumir en un nein a la liberalización de libre mercado que exigen los dirigentes empresariales alemanes.
El periódico de los comunistas franceses, L'Humanité, se jactaba de que los alemanes han dicho un no rotundo al neoliberalismo. Como hicieron los franceses en el referéndum que acabó con el tratado constitucional de Europa hace unos meses. Nein y non al neoliberalismo, a cualquier cambio radical en la vieja "economía social de mercado" que, en su opinión, les ha dado tan buenos resultados; nein y non a la innovación, el riesgo, la inmigración y la pertenencia de Turquía a la Unión Europea; nein y non a Estados Unidos, o lo que ellos consideran Estados Unidos. Éste es el estribillo que caracteriza hoy a franceses y alemanes.
Entre los dos, estos dos países fundamentales para cualquier versión del proyecto europeo han conseguido un gran triunfo: que sea impensable una guerra entre Francia y Alemania y, por tanto, en Europa occidental y del norte (no estoy tan seguro respecto al este o el sur). Durante medio siglo, los dos han sido el motor de la integración europea. Ahora, sin embargo, el motor franco-alemán se ha convertido en el freno franco-alemán.
Estas elecciones no son más que otra prueba de lo que llevamos viendo algún tiempo. En vez del nuevo comienzo que se esperaba en Londres, Varsovia y la Bruselas de José Manuel Barroso -con una coalición "negra y amarilla" entre una canciller reformista, Merkel, y los liberaldemócratas partidarios del libre mercado, a la que siguiera, en 2007, un presidente de esa misma tendencia en Francia, Nicolas Sarkozy-, nos enfrentamos a un nuevo periodo de estancamiento y confusión. La llamada agenda de Lisboa para la reforma económica seguirá bloqueada. La afirmación de la UE de que sería la economía más competitiva del mundo para 2010, siempre jactanciosa, parecerá todavía más absurda.
Gigantes económicos
En estas circunstancias, algunos -sobre todo en el Reino Unido- pedirán a los países europeos con economías más competitivas que se deshagan del freno franco-alemán. Volvamos a ser simplemente un mercado único, dirán, y a abrirnos un camino provechoso en el mundo. Aparte de que regresar al mercado único es mucho más complicado de lo que parece, y de que la desintegración de la UE seguramente no se detendría ahí, éste es un consejo con poca visión de futuro. En un mundo de gigantes económicos, en el que a EE UU y Japón se unen ya China e India, los enanos no tienen un futuro prometedor. Aunque el Reino Unido, Francia y Alemania siguen estando entre las mayores economías del mundo, sus índices de crecimiento hacen que sean, en el mejor de los casos, unos gigantes que están empequeñeciéndose. Sólo una Europa unida tiene la capacidad de sostenerse en un mundo semejante. Así que no es el momento de alegrarse por los males ajenos. Todos los europeos necesitamos que los enfermos de Europa recobren la salud, casi tanto como lo necesitan los propios franceses y alemanes.
Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia
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