¿Dónde está Óscar?
El tricampeón cántabro no podrá defender el título en un circuito en el que los italianos, con Petacchi al frente, se sienten favoritos
Ya mucho antes de que una lesión en la rabadilla le impidiese sentarse en la bicicleta, Óscar Freire sabía que no iba a llegar muy lejos en el circuito de La Castellana. Fue desamor a primera vista. "En Madrid no habrá cuarto", resumió Freire en cuanto vio sobre plano los repechos largos y tendidos, los descensos pedaleables, el tono monótono del circuito, las grandes avenidas, casi autopistas por donde discurriría. "No, no habrá cuarto", repitió el hombre que ha convertido la carrera del arcoiris en su hábitat privilegiado, el campeón mundial de 1999 (Verona), de 2001 (Lisboa) y de 2004 (Verona).
Pero cuando lo decía, Freire aún no sabía que hoy, en vez de estar perdiéndose por el centro de Madrid, en vez de viajar agazapado en el pelotón esperando que una situación ilógica le colocara en ventaja en la última recta, frente el Bernabéu, pasaría la tarde sentado en un sofá, en una casa en medio de un prado de la húmeda y gris Suiza, un espectador más frente al televisor. La lesión, una vieja herida en el isquion, una cicatriz en la parte más sensible de su cuerpo, le truncó la temporada mediado el año, lo que, de todas maneras, no era una novedad en su vida, un contratiempo, más bien una buena señal: ¡pero si en 1999 ganó su primer Mundial tras competir sólo 18 días en todo el año! En este caso, sin embargo, las consecuencias de la lesión perduraron y por primera vez desde su primera consagración no podrá alinearse en un Mundial. El dorsal número uno, el suyo por derecho, lo llevará su compañero Igor Astarloa, campeón del mundo en 2003.
"Lo que más me duele es no poder defender el título", dice Freire, a quien odian los stajanovistas del pedal por su bonhomía, por considerar el ciclismo una fantasía antes que una forma más de hacerse millonario. "Por lo demás, ya estoy acostumbrado a vivir mis temporadas a medias". Freire pregunta si se sabe ya si la UCI ha elegido entre Varese y Toscana para el Mundial 2008, avisa de que el de 2009, en Mendrisio (Suiza), saldrá a 100 metros de su casa en Coldrerio, y sigue viviendo los Mundiales por Internet. "Pero no, no iré a Madrid".
El ciclismo gira tan rápido los últimos años en España que a un corredor, aunque sea Freire, le basta con no estar en el candelero dos meses para que el mundillo llegue a la conclusión de que no ha existido nunca. En España se habla de gente como Perdiguero, o de la ausencia de Vicioso, por ejemplo. En España se ha empezado a hablar de Valverde, que estuvo de moda en el Tour, pero no de Astarloa. España no es Italia, ni Bélgica.
En Italia, el Mundial es una religión, en Bélgica también. En Italia tienen a Petacchi, el sprinter que lo gana todo, y están convencidos de que los repechos de la Dehesa de la Villa, de la carretera de la Playa, no serán suficientes para romper un pelotón en el que la voluntad general es la llegada masiva. Mientras la velocidad de ascensión de un repecho no baje de 20 kilómetros por hora, los escaladores no tienen nada que decir, dice la física. Con ello cuenta Ballerini, el seleccionador italiano, que -una vez cancelado el debate sobre la curva McEwen, el giro de 180 grados en el que el kamikaze australiano había anunciado malas intenciones, convertido en rotonda- dice que el circuito es "más fatigoso que duro, un hombre solo en fuga no irá a ninguna parte". "Hay que creer en la volatta", añade. Tom Boonen, el líder de los belgas, quiere también sprint masivo, pero para lograrlo cree en otros argumentos. Sobre la mesa de su equipo ha puesto de su bolsillo 400.000 euros, a repartir entre sus compañeros. Y en el bolsillo se ha guardado otros 100.000 para gastarlos en carrera, por si hacen falta aliados.
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