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VISTO / OÍDO
Columna
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Televisión

Empresas, autonomías, pueblos, instituciones: se lanzan sobre las escasas ofertas de televisión. Se supone que son una fuente de ingresos importante porque hay adicción al medio: los grandes hombres y las grandes mujeres preparan sus discursos, sus oraciones y sus diatribas para la televisión, y si el Congreso no tuviera cámaras fijas, nadie le prestaría atención. Contrasta con el crecimiento anual de la deuda de televisión española; este año más que el pasado. ¿Cómo es posible que lo público pierda donde gana lo privado? Esta cuestión es la que apoya a un sistema capitalista como el nuestro, que niega las nacionalizaciones. Ningún gobierno socialista de Europa tiene en sus estatutos la idea de socializar, idea antigua. Pero estas cosas terminan antes que sus nombres, porque cada palabra engaña cada vez que se pronuncia. El idioma tiene una combustión más lenta que los prejuicios, que tampoco son veloces. El tiempo es distinto para cada persona, para cada institución, para cada grupo.

Este Gobierno hizo esfuerzos para remendar la televisión y actualizarla: no le sale adelante. Uno de ellos es que la cuenta pasada sea absorbida por el Estado, con lo cual es por fin pública: la pagaremos todos. Se dice que está bien así, porque hemos de tenerla gratis. Pero no tenemos gratis nada: la televisión la pagamos adquiriendo los productos que anuncia; en cada objeto hay un porcentaje que corresponde a la publicidad que nos hace comprarlo. Es un curioso bucle: yo tengo que pagar porque se me convenza de que tengo que comprar para pagar que se me convenza... Así es la sociedad de consumo, que sólo se quebraría con la ruina nacional, y no merece la pena. Bancos, letras, hipotecas, intereses se sostienen de todo esto. Que nos prestan para que les paguemos más de lo que nos dan para que compremos. Las sociedades de consumidores hacen lo que pueden, pero sin Guardia Civil y Policía Armada no pueden obligar al comercio limpio y al precio justo. Y mientras los grupos de poder creen que sus apariciones en la tele ensalzan su figura. ¡Cuánto daño ha hecho a algunos! Sobre todo a Aznar, que ya nunca podrá volver porque la pantalla, o todas las pantallas del mundo, han ironizado su imagen. Sabemos lo que la televisión crea, pero no percibimos aquello que destruye.

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