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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Escuchar y organizar

Un hilo de cielo atraviesa La Mina infinitamente. Manuel Fernández Cortés, gitano, de 47 años, lo persigue con su cámara de vídeo. Manuel es coordinador del proyecto Historias de vida, un pretexto sociológico para escuchar a la gente. En Historias de vida los vecinos de La Mina (barrio repartido entre Sant Adrià de Besòs y Barcelona) hablan delante de una cámara y explican cómo formaron el barrio, relatan cómo eran aquellos bloques y solares cuando llegaron... y así la memoria de gente de pocas palabras, o de poco lenguaje, de mujeres de delantal de lunares y blusa de los encantes, de ancianos con su documentación en el bolsillo de la camisa, se va convirtiendo en memoria colectiva, en documento visual; pero Manuel lo que busca, ya se ha dicho, es oír a la gente.

Manuel Fernández recoge la memoria colectiva de La Mina, testimonios que evocan un mundo que cambia y desaparece

En el comedor de su casa, en uno de los escalofriantes y domésticos bloques de La Mina que serán derribados, con gran pesar de los vecinos, durante la reforma del barrio, Manuel repasa la grabación de unas ancianas que regentaron la vaquería de La Mina vieja. Las mujeres evocan los nombres de sus vacas, y de los perros, y recuerdan también las fiestas que se hacían en los merenderos, y les enseñan a quienes las están grabando sus fotografías en modesto blanco y negro, que es un blanco y negro de vaca negra y blanca, y a continuación se enredan glosando cada foto, y a veces se refieren a personas que murieron hace ya 40 años. Sobre una pared del comedor del piso de Manuel se ha detenido un violín roto, y allí lleva siglos parado. Junto a él, quizá porque también son instrumentos de cuerda, hay en una caja una pequeña exposición de relojes de bolsillo.

Una avalancha de cielo cae sobre los terribles, quietos edificios de La Mina, y los niños de aros de oro en las orejas y un anillo en cada dedo juegan entre pilares de hormigón. Manuel trabaja como educador social en su barrio. "La gente de antes estaba más abierta", explica. "Éramos más maleables. No éramos tan agrios. Ahora la gente sale más dura. Lo tiene todo, pero no tiene inquietudes". Manuel llegó a La Mina en diciembre de 1972, cuando el barrio empezaba a formarse; cada vez que se acababa una calle, aparecía una bandada de vecinos. Sus padres, que tenían una barraca en el Campo de la Bota, habían emigrado a Suiza para poder juntar las 30.000 pesetas que se pedían para entrar en los pisos. La familia procedía de Jaén, y en Barcelona el padre se había hecho obrero industrial. "Entonces yo era un crío y me pasaba el día deambulando por estos descampados con mi bicicleta chopper. Cuando nos instalamos aún no estaban puestos los contadores de la luz, de modo que no teníamos corriente eléctrica en las casas". Manuel recuerda también la fascinación con que contemplaba a los pilotos de pruebas de la Bultaco en las afueras del barrio. "Iba con mi bicicleta chopper a lo que hoy es el parque del Besòs para verles practicar, remontar montículos, vadear hoyos. Me gustaban las filigranas que hacían en las vías del tren, cómo caían sobre una rueda. Me encantaba verlos con la Bultaco Matador y con la Sherpa".

El cielo es un motor helado que ruge sobre La Mina, y bajo su rugido la gente sale ahora más dura, más reconcentrada, más seca, sin el engrase de una épica. "Antes los malos robaban de vez en cuando un coche y daban un espectáculo con los guardias persiguiéndoles en moto. Ahora la gente lo tiene todo, pero no tiene inquietudes, ya sé que me repito". Manuel ha puesto un violín roto en la pared de su piso quizá porque sabe que cada biografía es una canción truncada. Manuel, junto al violín de su casa, también ha puesto un puñado de relojes parados. "Yo estuve siempre comunicado con Barcelona. Trabajaba de chico de los recados en una tienda de alta costura del paseo de Gràcia y acabé haciéndoles escaparates. Algunos días, cuando salía del trabajo, me unía a las manifestaciones que veía. Luego llegaba al barrio y hacía un curso nocturno de cerámica. También hice otro de joyería. No militaba en ningún partido, pero anduve en los movimientos vecinales. Cogíamos picos y abríamos zanjas en las calles del Besòs para exigir que pusieran semáforos. Formábamos una buena pandilla de chavales, nos juntábamos alrededor de 30 en medio de la calle, en la plaza de San Paulino. Hay por ahí una película de súper 8 de aquel grupo. Eso fue lo que me decantó hacia el trabajo social. Luego, en torno al año 1980, me llamaron del Centro Cultural Gitano para hacer de monitor de los chicos. Iba gratis. Enseguida vi que aquí los chavales estaban marginándose, que no sabían salir del barrio, y quise cambiarlo". Y a continuación Manuel pasa con pies de plomo por los años del Vaquilla, el Torete y el Fittipaldi. "La película de De la Loma fue lo peor que nos pudo pasar. El barrio se llenó de carteles con una foto suya y un rótulo de 'Se Busca'. Lo que hubiéramos necesitado era una película de chavales que salen del barrio y que progresan". Cuando terminamos de hablar, Manuel mete en una caja las cintas de vídeo que ha acumulado el equipo que coordina. "Todavía nos falta mucho por hacer, y estamos como siempre sin recursos. Javier, cuando tiren este edificio sólo quiero que me toquen unos vecinos como los que he tenido".

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