Contra el secreto
Una de las armas de guerra es el secreto: que el enemigo no sepa por dónde va uno a atacar o a escapar. Siendo las guerras ilegales para una mayoría moral de este tiempo, parece lógico que el secreto también lo sea, sobre todo para las cuestiones interiores. A veces un secreto oficial defiende solamente al partido que gobierna y al que gobernó; otras a un ministro o a un funcionario. Dentro de esos viejos misterios está el más sucio aún de los fondos reservados, sobre todo en los ministerios de Asuntos Exteriores, Interior, Defensa. Fondos de reptiles, se decía antes, y los reptiles eran aquellos que recibían el dinero a cambio de favores. Ahora hay otras alternativas, y más cuidados sobre todo desde que algunos fueron a parar a la cárcel por este siniestro juego. Las alternativas se refieren principalmente a concesiones, cargos, favores que procuran el dinero. El dinero va perdiendo interés, y es más bien cosa de pobres: los ricos cambian papeles, documentos o secretos, cargos o solares. Ocurre en el sitio menos pensado. En Camas, por ejemplo, donde el alcalde de IU (ya no: le han expulsado del partido) cometió con concejales del Partido Andalucista y del PP un "supuesto soborno para aprobar una recalificación y la venta de cinco terrenos", se dice. Pero, al fin, está la policía en el asunto. Otros no se saben nunca: o se niegan, o son escándalo por su invención, como el que atribuyó al PP el soborno de dos diputados socialistas para que ganase Esperanza Aguirre la presidencia de Madrid: no debía ser verdad porque la Justicia absolvió a los denunciados, y el pueblo lo ratificó entregándoles a ellos la mayoría en las segundas elecciones. Una cuestión de ese tipo tiene sobre todo importancia para cualquier reflexión que se haga sobre el carácter democrático de los votantes y de las influencias que se hagan sobre ellos. Pero éste es otro asunto.
El juez ha reclamado al Gobierno papeles secretos acerca de los atentados del 11-M, y le han dado muchos, pero no todos. Esto hace reaccionar contra el secreto. En un asunto como ése no puede ni debe haber secretos oficiales. El atentado se cometió contra nosotros, los ciudadanos, en la representación de unos de los nuestros que viajaban a su trabajo: tenemos derecho a saberlo todos, todo y de todos. Al final siempre se sabe por confidencias, filtraciones, traiciones...
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