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Columna
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Cachete

Respetables instituciones solicitan que se prohíba por ley el castigo físico de los niños en el hogar. Las reseñas son escuetas y, en algunos casos, contradictorias: unas hablan de castigos físicos y otras agregan a éstos los castigos de carácter psicológico, más difíciles de encuadrar en la práctica legislativa: humillaciones, insultos e intimidaciones, incluido el temible y legendario encierro en el cuarto oscuro, a veces por mal nombre el cuarto de las ratas. Doy por sentado que la propuesta no contempla las agresiones graves y perversas, ya previstas en el Código Penal, sino los clásicos castigos leves, impuestos con fines didácticos o de escarmiento por una mala acción, una desobediencia o un mal hábito, en suma, el ancestral cachete y su hermana mayor, la azotaina, dos medidas cuya eficacia niegan los que postulan su ilegalización.

Confieso que a mí, personalmente, la cosa no me parece tan reprobable. Por supuesto, sería mejor reemplazar el guantazo por una razonada persuasión, pero los niños no son, en general, muy reflexivos, y no todos los padres están dotados de la necesaria capacidad dialéctica. En cambio, los niños, en especial los más pequeños, viven en un estado de constante violencia física. Cada dos por tres se van de morros por el suelo, se hacen chichones con los cantos de las mesas y, si son activos y curiosos, se caen al agua y se electrocutan metiendo el dedo en el enchufe. Los parvularios son verdaderos campos de Agramante. También las muestras de afecto que dan y, sobre todo, que reciben son de este tipo: besuqueos, morisquetas, achuchones y mordiscos. Los bebés son lanzados repetidamente al aire y vueltos a recoger con gran contentamiento; pocos adultos se ven sometidos a esta experiencia. Creo que el bofetón casero debe ser examinado en este contexto.

No niego que el castigo físico al niño díscolo lleva aparejada una buena dosis de desahogo personal: una criatura en plena forma puede ser muy exasperante. Pero el elemento didáctico que esto lleva implícito no se le escapa a nadie: puedes hacer lo que te dé la gana, pero si le tocas las narices al prójimo acabarás recibiendo; ahora, un bofetón; el día de mañana, sabe Dios. Coacción, sin duda, pero eso es la educación y no otra cosa.

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