El terrorista desconocido del ántrax
El FBI ignora todavía quién envió las cartas con veneno en 2001
La policía estadounidense ha realizado más de 8.000 interrogatorios, ha registrado docenas de casas particulares, almacenes y laboratorios, ha viajado a medio mundo detrás de tan prometedoras como inútiles pistas... y, sin embargo, no hay ni un solo detenido por los atentados con ántrax que hace cuatro años mataron a cinco personas y dejaron heridas a otras 17, aterrorizaron a un país que acababa de sufrir el 11-S y obligaron a cerrar el Congreso, el Tribunal Supremo y cientos de oficinas postales. Los envíos por carta con ántrax alteraron la distribución postal e hicieron que se tambaleara un símbolo de EE UU: un servicio que cumple "bajo la lluvia y la nieve, con tormenta o granizo, a la luz de la luna, por praderas y riscos", según la vieja propaganda de Pony Express.
"Si no se atrapa al responsable, me temo que va a ser un estímulo para otros", afirma un experto
Días después del 11-S y durante varias semanas, entre septiembre y octubre de 2001, cartas con esporas de ántrax fueron enviadas desde un apartado de correos de Nueva Jersey a las oficinas de dos senadores en Washington y a varios medios de comunicación en Florida y Nueva York. Por el contacto con el ántrax murieron dos empleados de correos de Washington, un fotógrafo de Florida, un enfermero de Nueva York y una mujer en Connecticut.
Aunque hay avances importantes que no han salido a la luz, tanto el FBI como el Servicio de Inspección Postal están frustrados; han tenido todos los medios necesarios a su disposición y la ayuda más sofisticada. No sólo no hay nada de nada; incluso un sospechoso, el científico Steven Hatfill, se querelló contra el Departamento de Justicia y contra varios medios de comunicación por la filtración de su nombre. Un juez desestimó esta misma semana las querellas. La investigación sobre Hatfill llegó a un callejón sin salida.
Sometida a una fuerte presión, la policía no tira la toalla: "La investigación nacional e internacional sigue abierta y cuenta con diversos focos de atención", aseguró esta semana una portavoz. El FBI está finalizando un largo informe en el que mantiene que sigue en vigor la teoría de que el responsable fue "algún científico estadounidense que tuvo acceso a cepas de ántrax muy virulentas y conocimiento de cómo manipularlas físicamente y utilizarlas como armas". En el informe se incluyen nombres de los investigados: además del doctor Hatfill, dos científicos de origen paquistaní y otro médico estadounidense.
A pesar de los esfuerzos, no se ha identificado el laboratorio de origen de las cepas empleadas (del tipo ames, utilizadas en experimentos de bioterrorismo). Las instalaciones más registradas han sido las del Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército en Fort Detrick, no muy lejos de Washington. De los análisis hechos sobre el papel y la tinta de las cartas enviadas y de las pruebas sobre el agua utilizada para cultivar las cepas de ántrax hechas con la ayuda de 19 laboratorios públicos y privados hay, según The New York Times, resultados prometedores "que han permitido concentrar el objetivo de la investigación". Finalizar esta carrera es urgente, dice David Siegrist, experto en bioterrorismo: "Si no se atrapa al responsable, me temo que va a ser un estímulo para otros".
Precisamente eso es lo que hace que no se baje la guardia. En New Hampshire, a partir del próximo sábado, todo el correo será sometido a revisión a través de un nuevo sistema de detección de riesgos biológicos. En 218 ciudades de EE UU se han instalado -con un coste de casi 1.000 millones de dólares- sistemas similares. Otras medidas de precaución incluyen eliminar el anonimato para tener un apartado postal y alquilar un buzón en cualquier sucursal de correos.
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