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Columna
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Perro de verano

Con esto de que se acaba el verano, disminuyen no sólo la temperatura y la demanda de paella, sino el abandono de perros. También de abuelos en hospitales y gasolineras, pero hoy toca los perros. En mi territorio histórico -qué bien queda- se recogen al año unos 1.500 perros abandonados, que ya son perros. También se abandonarán, digo, yo, tortugas de Florida, iguanas y demás mascotas exóticas, pero hoy toca los perros. Y como toca los perros hay que hablar de la actitud de los dueños que prefieren quitarse un problema de en medio quitándose el perro de en medio. Y es que hay mucho dueño de perro incivilizado -me refiero al dueño, no al chucho-, pero no sólo entre los que abandonan perros sino entre quienes los adoran más que su vida. Supongo que algo querrá decir que el 68% de los dueños entiende mejor a su perro que a una persona, según ha detectado la encuesta realizada por unos laboratorios llamados Intervet. Y cuidado que no estamos hablando de que el dueño entenderá mejor a su perro que a un profesor cuando se trate de disertar sobre Kant, sino posiblemente de que los dueños de perros muestran más empatía hacia éstos que hacía las personas, porque entenderse, entenderse, tampoco creo que resulte fácil dominar el ladrido.

Y así nos va, principalmente a quienes no tenemos perro, o sea a la fracción de humanidad difícilmente comprendida por los dueños de perro. Entre otras cosas porque los propietarios de canes nos reprochan que no les comprendemos ni a los unos ni a los otros. Pero lo cierto es que nos lo ponen muy cuesta arriba. Hay lugares debidamente señalizados donde no está permitido el acceso a los perros. Pero el número de dueños de perro que actúan como si aquello no fuera con su persona -mejor dicho, con su perro- supera lo predecible. Puede entenderse que vean como extraterrestres a quienes les afeen la conducta, no en balde comprenden en un 68% mejor a sus perros que a las personas; lo que no se puede admitir es que hagan de su capa un sayo. Que alguien adore besar a su perro y tenerlo todo el día en brazos no significa que los compradores de pasteles tengan que correr el riesgo de comérselos con pelos de chucho o con su caspa; dejemos aparte olores y babas. Ni que un perro, por pequeño que sea, deje de ser un perro, como parecen creer quienes se cuelan en los supermercados con sus gozquecillos en brazos. Claro que hay que irse a Francia para ver auténticas porquerías en los restaurantes, como sentar al perro en el regazo mientras se le da de comer de lo que uno tiene en el plato o cómo el perro mete su hocico en el cestillo del pan sin que el camarero se dé cuenta y, por consiguiente, lo utilice tal cual para otro cliente.

¿Y qué hay de los perros sueltos? ¿Y de los perrazos sin bozal? El "no hace nada" sólo es una muletilla que quien se ve a merced de un perro enfurecido preferiría no escuchar. ¿No sería mejor poner las condiciones para que realmente no hiciera nada? Donde esto resulta más cierto es en las inmediaciones de caseríos, el paraíso de las jaurías sueltas y furiosas. Claro que también hay inconscientes que dejan sueltos sus perros de ciudad en el monte para espanto de los rebaños de ovejas. Luego están los ladridos que los vecinos han de soportar porque los dueños han dejado al perro todo el día solo seguramente para ahorrarse el concierto.

Pero todo esto no es nada comparado con las deyecciones. Las líquidas impregnan cada palmo de fachada urbana como si fuera Chanel y las sólidas se recogen muchísimo menos de lo que se debiera, aunque reconozco que debe tener su aquél echar mano todos los días a la mierda de tu perro para arrojarla a la papelera de donde la sacará algún anciano con el síndrome de Diógenes buscando qué comer. Sí, en el fondo, los dueños de perro son unos bromistas que tratan de hacernos la vida menos monótona. ¿De qué nos íbamos a reír si no hubiera esos excrementos abandonados para que alguien se pringue hasta las cejas o resbale y se pegue la gran culada?

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