Memoria y emoción
El pasado domingo falleció en Madrid Miguel, una persona que se enredará en mi memoria para siempre. De infancia sevillana, se pasó la última parte de su vida sin regresar a esta ciudad más que para algún entierro de gente muy cercana.
Cuando apenas era un chaval, vivió el asesinato de su padre y hermano. El primero, director del Hospital de Écija y militante socialista, fue arrestado mientras atendía enfermos junto con otro compañero. Los hijos de ambos estudiaban en el Instituto Escuela de Sevilla, anexo a la Institución Libre de Enseñanza. Antes de ser ajusticiado, el padre de Miguel tuvo que presenciar cómo su hijo mayor era acribillado y moría desangrado para espectáculo público. Como recuerdo, la madre de Miguel recibió un paquete con las gafas de su marido. Creo que Miguel calló para siempre desde aquel día; Miguel se casó con mi tía abuela, tuvo hijos y nietos, y trabajó muchos años, pero vivía callado.
Siempre me llamó la atención esa mirada de reserva hacia la ventana, manteniendo las distancias frente a las ilusiones de los jóvenes que acudíamos a su casa o a los envites con los que Charo, su mujer, retaba al señor del bigote de los guiñoles. Eso sí, una vez le regalé una bandera republicana que colgó prudente en su gabardina. Valga esta carta para mandar un beso cargado de memoria y emoción a todos los nietos y nietas de la República y los abuelos que pasean cada mañana recordando rostros lejanos y presentes. Ese callar también cuenta, Miguel. Por lo demás, los nietos y nietas seguimos trabajando con ilusiones.
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