Grandes vistas y muchos detalles
CASA DE SAN MARTÍN, panorámicas abiertas al Pirineo aragonés
Secuencia 1. Exterior noche. Sin luna, la penumbra de unas velas dibuja rostros fantasmagóricos en la quietud del porche. El piano en sordina de Michel Petrucciani ameniza la velada después de una cena fragante. Fundido a: Secuencia 2. Exterior día. Desde el sofá, bajo el porche, resplandece en su plenitud otoñal la panorámica más espectacular del parque nacional de Ordesa y Monte Perdido. Vuelta al interior de la casa. Entra Mario saludando a sus contertulios de la noche anterior, mientras David sirve en mesa un apetitoso desayuno. Esta película promete...
Balcón abierto al cielo
CASA DE SAN MARTÍN
Categoría oficial: tres estrellas. Única, 1. San Martín de la Solana, Fiscal (Huesca). Teléfonos 974 50 31 05 y 902 01 05 60. Fax 974 34 14 56. 'Web': www.casadesanmartin.com. Instalaciones: jardín, salón con chimenea, biblioteca, sala de reuniones (20 personas), comedor. Habitaciones: 8 dobles, 2 'suites'; todas con baño, calefacción, teléfono, radio, secador, habitaciones para no fumadores. Servicios: no hay facilidades para discapacitados, mascotas admitidas previa consulta. Precios: todo el año, 120 euros + 7% IVA; desayuno para dos personas incluido. Tarjetas de crédito: MasterCard, Visa. Cierra: del 1 de febrero al 1 de marzo.
Arquitectura ... 8
Decoración ... 8
Estado de conservación ... 8
Confortabilidad habitaciones ... 8
Aseos ... 8
Ambiente ... 10
Desayuno ... 7
Atención ... 10
Tranquilidad ... 10
Instalaciones ... 7
Mario Reis, brasileño, y David Robinson, británico, son una pareja cuyo proyecto hotelero tras cinco años de incomprensión y arduo trabajo despunta hoy como un lugar de culto en el Pirineo aragonés. Viajeros impenitentes por las seis tierras y los siete mares, gente de provecho y mucha ciencia, nadie como ellos para imaginar un balcón así, abierto al cielo y perdido en la soledad de las montañas, al cabo de una pista pedregosa que asciende hasta San Martín de la Solana desde la carretera de Boltaña.
Antigua casa rectoral dependiente del monasterio de San Victorián, el hogar de Mario y David emerge sobre un promontorio boscoso de 92 hectáreas como una representación actual de la Arcadia feliz. En la vertiente opuesta de lo exuberante, lo hiperbólico o lo ostentoso habitan la sensibilidad y el recreo contemplativo, el trato cordial y la contención de los sentidos. Aquí no existe etiqueta Q de calidad, sino la C de cultura. Serenidad. Introspección. Modestia. Discreción. Silencio. La música de la hospitalidad y la buena educación.
Pocos hoteles cuidan en este país con tanto esmero los detalles, la atmósfera oleaginosa de una noche de verano, la palidez mural del invierno, el filtro de la luz a través de las ventanas, la escenografía de las sombras en los resquicios de la pared, los juegos de las barandas y la pasamanería de las escaleras... En cada piso campa un salón con chimenea, uno de los cuales orienta su galería de forja a las cumbres. Bajo una techumbre de madera, el viejo pajar resucita de comedor con mantelería sobria, velas y flores frescas en las mesas.
Habitaciones
Todos los dormitorios adquieren la personalidad de una flor, más o menos relacionada con el valle: Edelweis, Adelfa, Begonia, Dahlia, Fuchsia, Hyacintho, Geranio, Clavel, Iris, Jasmin. Ambientados en clave rústica con ayuda de la interiorista Tania Freixenet, sin abigarramiento gavillar ni postiza exaltación bucólica. No muy amplios, aunque suficientemente confortables. Gozosos en la ducha y prudentes a la hora de asomarse al paisaje, a prueba de miradas empalagadas.
Secuencia final. Como es habitual, Reis y Robinson departen con los huéspedes en una hamaca del jardín. Al filo de la medianoche, la brisa se detiene y los grillos callan. Fin.
ALREDEDORES
POR SU EMPAQUE, el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido acapara todas las visitas que se recomiendan desde el hotel. La carretera del Cotefablo lleva a Torla, puerta de entrada habitual de este espacio natural protegido en el que varios cientos de miles de personas hacen peregrinación senderista todos los años hacia su célebre cola de caballo. Sin embargo, la misma pista de tierra que conduce al hotelito abre el acceso a otros lugares no por incógnitos menos interesantes de perderse, al menos, durante un día: Campol, Puyuelo, Villamana, La Velilla, Tricas, San Felices de la Solana y Burgasé, abandonados en el limbo de los Pirineos sin esquí o apenas habitados hasta la fecha por algunas comunidades hippies nostálgicas.Por la carretera de Boltaña se llega a Aínsa, cuyo casco histórico, en torno a su plaza Mayor, invita al paseo y la buena pitanza.Vía norte se accede a uno de los tres valles que dibujan el macizo de Monte Perdido: Añisclo, encajadoen un cañón de difícil tránsito en invierno, que se llena de montañeros en verano ansiosos por bañarse en sus múltiples badinas (pozas escalonadas).
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