Cien talentos de 10 en 10
Tal vez por fidelidad a William Blake ("tengo que crear un sistema / o me veré esclavizado por el de otro hombre"), Harold Bloom siempre ha mostrado cierta debilidad por los métodos interpretativos, sobre todo si contienen algún elemento esotérico. En 1973 publicó La angustia de la influencia, un cóctel de oráculo, crítica literaria y una idea sencilla pero iluminadora. Proponía la existencia de seis fases por las que todo poeta debe pasar para liberarse de la angustia que le provocaba la influencia de un poeta anterior (su padre poético). El componente esotérico lo pusieron los nombres que usó para designar a cada una de estas fases de lucha edípica. Más tarde, en A map of misreading (1975), Bloom dinamizó dialécticamente las fases descubiertas en el libro anterior. En esta ocasión se inspiró en la escuela cabalística de Isaac Luria, que en el siglo XVI defendió la idea de que la creación divina había sido una ruptura, una catástrofe, y no el resultado de una emanación, como sostenía tradicionalmente la cábala. En los dos libros Bloom quiso dotarse de un método que le permitiese investigar la psique del poeta. Pese a las apariencias esotéricas, aquí pervivía la idea romántica del poder de la imaginación, e imaginación, como todo el mundo sabe, es lo que tienen los genios.
GENIOS
Harold Bloom
Traducción de Margarita Valencia
Anagrama. Barcelona,2005
940 páginas. 27, 50 euros
Genios llega a los treinta
años de La angustia de la influencia con un Harold Bloom cuyo afán de encontrar caminos solitarios y ocultos no ha remitido. Simplemente se ha reorientado. Bloom, como un nuevo Linneo, ha invertido sus energías en buscar una taxonomía para clasificar a los genios de la literatura.
El resultado es Genios, donde Bloom ha reunido a cien grandes autores, agrupándolos en diez equipos, cada uno bajo el espíritu tutelar de uno de los diez sefirot de la cábala, es decir, de los diez atributos de Dios. A su vez, Bloom ha dividido cada una de estas sefirah o categorías en dos lustros o grupos de cinco escritores. Keter, por ejemplo, significa "la corona" y como primera sefirah representa la majestad propia de Dios. Como no podía ser de otra manera, este grupo aparece encabezado por Shakespeare, a quien siguen en el mismo lustro Cervantes, Montaigne, Milton y Tolstói. El segundo lustro lo integran Lucrecio, Virgilio, San Agustín, Dante y Chaucer. La segunda sefirah, Hokmah, significa "sabiduría" y agruparía a un tipo de genios más sapienciales que literarios (pero que curiosamente incluye a Thomas Mann). La tercera, Binah, se traduce como "inteligencia receptiva"; y así continúa la lista hasta llegar a diez.
Hasta aquí el esoterismo al que Bloom nos tiene acostumbrados. La verdadera sorpresa llega cuando nos advierte de que al identificar a cada uno de los autores con una sefirah determinada no lo asocia permanentemente a ella, ya que los sefirot están en continuo movimiento y los espíritus creativos se mueven en constante transformación, "las otras nueve sefirot podrían iluminar casi idénticamente a todas mis cien personas". Uno se pregunta para qué hacían falta estas alforjas.
Dicho esto, Bloom anuncia
que estudiará cómo se influyeron estos cien autores a sí mismos. "He hecho énfasis en la contienda del genio consigo mismo", dice Bloom. La intuición resulta no sólo legítima, sino apasionante. Un estudio del modo en que se reinventan a la luz de sí mismos los escritores promete mucho y puede dar frutos fascinantes. Pero los cien breves ensayos de Genios no pueden aspirar a una propuesta de tal calibre.
A la postre las entradas que
Bloom dedica a cada autor son pinceladas, trazos que esbozan la psicología de un personaje o un rasgo peculiar del escritor. Lorca, por ejemplo, vuelve a ser el poeta de Andalucía que convierte en elegía lírica todo lo que toca, mientras su teoría del duende es la aportación más esclarecedora para quienes deseen comprenderlo. Cernuda aparece como un hombre muy desgraciado que sacó partido literario a su alienación y a su aislamiento, pero sin la vitalidad natural de Lorca o el entusiasmo existencial de Whitman. Cervantes es la segunda parte del Quijote, el pobre escritor transformado en personaje mundialmente conocido que se admira de lo que hizo en la primera parte. Todos participan de la genialidad. Bloom no cesa de alabar sus poderes, sus imaginaciones y la grandeza de sus obras en un mantra que a la larga se hace cansino.
El conjunto, sin embargo, es apabullante. En parte por la osadía enciclopédica del volumen y por su voluntad de familiarizar al lector con un grupo magnífico de obras. En parte por las paradojas que desvela, como el hecho de que un académico que nada contra la corriente mayoritaria de los estudios culturales se dedique a las obras más populares de la literatura, mientras los especialistas en cultura popular estudian manifestaciones muchas veces oscuras, mediocres y en el fondo elitistas de ciertas "identidades" sociales. Bloom, pese a su anglocentrismo, habla de universalidad, lo que aplicado a la literatura parece tener relación con los genios.
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