Gracias, señor taxista
Señor taxista, perdone que no sepa su nombre ni su número de licencia, pero en aquellos momentos no podía perder el tiempo en tonterías. Soy la pasajera que usted recogió en la calle Diego de León, esquina con Velázquez, el pasado sábado. Habiéndome dado un mareo por la calle y yendo sola, me pude agarrar a la valla que hay en esa esquina para no caerme al suelo.
Pensando en qué podía hacer se me ocurrió la brillante idea de coger su taxi, que en aquel momento pasaba con el letrero de Libre, para que me llevara al servicio de urgencias del hospital de la Princesa, cosa que parece ser a usted no le gustó nada, no sé si por la corta distancia o porque me vio tan mal y con náuseas que usted pensó me iba a morir en su coche o se lo iba a poner perdido.
Gracias a Dios no ocurrió nada de esto, pero usted quiso dejar bien claro que para eso están las ambulancias. Le agradezco muchísimo que no me ayudara a bajar del coche ni a caminar hasta urgencias. Se lo habría tenido que agradecer y en esos momentos yo no podía hablar. También le agradezco que no me devolviera el cambio.
¡Ah! Además, no quiero dejar de decirle que, aunque los médicos en principio pensaron que me había dado algo de cabeza, no pasó de ser un vértigo, lo cual creo que le alegrará enormemente. Sólo me queda un consuelo, y es el de pensar que no todos los taxistas son como usted.
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