Las lecciones del agua en Holanda
LOS FRISONES, primeros pobladores de las costas de lo que hoy llamamos Holanda, se protegían de las inundaciones levantando sus casas sobre túmulos de arena. Según los anales, ello sucedía alrededor de 500 años antes de Cristo. Los diques, también de manufactura frisona, datan del siglo XIII. Y la desecación de tierra ganada al mar, los pólderes, destinados a la agricultura y a la población, se remonta a 1533. Contada en cifras, la historia de la lucha contra el agua, todas las aguas, porque el delta que forman los Países Bajos está amenazado también por las crecidas de los ríos Mosa, Rin y Escalda, suma 3.500 kilómetros de presas, canales y dunas artificiales en un territorio sumergido en un 66%.
La empresa tiene proporciones de hazaña, pero está también salpicada de tragedias que han ido transformando el diseño de los diques hasta llegar a lo que constituye hoy el denominado Proyecto Delta. El mismo, destinado a proteger sobre todo el estuario de Zelanda, la provincia del suroeste del país anegada en diferentes ocasiones, trata de resolver el problema de las crecidas del mar sin darle la espalda. Un enfoque que precisa de una inversión millonaria -concluido en 1986, costó 5.400 millones de euros- y una vigilancia constante patrocinada por el Estado. Precisamente, esos son los dos criterios echados en falta por los ingenieros holandeses que han evaluado la rotura de los diques de Nueva Orleans. No es que estuvieran mal diseñados, vienen a decir. Todos los diques son similares: tienen altura y profundidad para resistir la acometida del agua y las olas, y se levantan sobre piedras o columnas de hormigón estables. Lo que no parece haberse elegido es el modelo de barrera adecuado para soportar un huracán de la intensidad de Katrina. Y ello a pesar de que los expertos habían previsto, incluso en conferencias internacionales a puerta abierta, que unos vientos tan extraordinarios podían abatirse sobre la ciudad estadounidense y sus costas.
En círculos de la Universidad Técnica de Delft, que asesora a los ingenieros de caminos y canales y al Estado, lo formulan de una forma muy gráfica. No se puede prevenir la realidad, señalan. Hay un porcentaje de riesgo de que no te protejas del todo contra los elementos, pero lo ideal es extrapolar lo extremo y levantar una barrera capaz de resistirlo también. En el caso holandés, las inundaciones, todas con nombres de santos, han marcado a los especialistas la ruta a seguir. Y desde el principio. Hasta llegar a la más reciente, la de 1953, cuando el agua entró por Zelanda matando a 1.865 personas y anegó 2.000 kilómetros cuadrados de tierra dando origen al Proyecto Delta, las crecidas habían dejado su huella con fuerza desde 1288. El día de santa Isabel, en 1421, murieron 10.000 personas y desaparecieron 65 pueblos; el de san Félix, en 1530, y el de Todos los Santos, en 1570, éste último con 5.000 ahogados, son los más documentados. En 1916, el Zuiderzee, que es hoy un mar interior cerrado por el dique del Norte, de 30 kilómetros de largo, se quedó a merced del mar del Norte. Y aún más cerca, en 1995, una subida de los ríos forzó la evacuación de 250.000 personas y todo el ganado a la vista.
De todos modos, la inundación de Zelanda en 1953 es la que forma parte de la memoria herida de los holandeses. La combinación de fuertes vientos, una marea muy alta y unos ríos desbordados abatieron literalmente las defensas de la provincia devastándolo todo. Un año escaso después del desastre, y animados por el éxito del dique del Norte, los ingenieros inauguraron el Plan Delta. Aunque en realidad consiste en una teoría de diques de diferente tamaño, considerados de protección primaria y secundaria, su exponente más llamativo es el denominado dique del Escalda Oriental. Se trata de una barrera contra las tormentas de 3.200 metros de largo formada por 65 pilares de cemento entre los que han sido suspendidas 62 compuertas de acero. En circunstancias normales, esto es, con buen tiempo, las mismas permanecen abiertas para que el mar penetre en el estuario. Con ello se protegen los mariscos autóctonos de la zona, entre ellos mejillones, que dependen de las mareas para sobrevivir. Cuando hay tormenta, las puertas se cierran.
"Para su mantenimiento, un trabajo de esta magnitud requiere la vigilancia constante de las aguas del mar y los ríos. Aunque el Plan Delta está completo, las nuevas tecnologías permiten retoques mucho más resistentes y ajustes en función del clima", según René Zijlstra, experto de la consultora Royal Haskoning, especializada en diseños de diques dentro y fuera de Holanda. Para el departamento de defensa costera de la universidad de Delft, la ventaja de Nueva Orleans es que la marea alta y baja no difieren demasiado. En Holanda, la subida es de cuatro metros. Por eso costó ocho meses cerrar los diques de Zelanda en 1953. "Lo más importante ahora es bombear el agua de las calles. Un avión de las Fuerzas Aéreas estadounidenses se ha llevado tres estaciones de bombeo autónomas. Cada una puede bombear hasta 3.000 metros cúbicos de agua a la hora", señala Alwin Nijhuis, portavoz del ministerio de Transportes. La petición ha sido urgente, ya que las plantas de bombeo suelen estar conectadas a la red eléctrica, ahora destruida en Nueva Orleans. Todas sus calles podrían estar secas en el plazo de un mes, pero siempre evitando que la falta de presión acabe por derrumbar los diques mismos.
El cambio de clima antes mencionado es uno de los factores que el Gobierno holandés ha incluido como un hecho probado en su legislación relativa al control del agua. Con una batería defensiva formada por 260 dunas de arena, 430 diques de todo tipo frente al mar, 1.430 diques fluviales y 1.017 diques en lagos, la subida de las temperaturas supone una amenaza añadida. Según las mediciones barajadas por el ministerio de Transportes, estadísticas históricas incluidas, el nivel del mar se ha elevado 100 metros en los últimos 10.000 años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.