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Columna
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Rompiendo aguas

Quizá hayan visto estos días la foto de un túmulo improvisado en Nueva Orleáns, coronado por una cruz y situado ante un edificio semiderruido. Contenía, provisionalmente, el cadáver de una mujer, de una de las víctimas del Katrina, y esa mujer tiene nombre. Se llamaba Vera Smith y murió atropellada. Su marido y sus amigos trataron de que se les permitiera levantar el cadáver, pero tras cinco días de infructuosos intentos, improvisaron para ella esa tumba en el lugar en el que murió: "Here Lies Vera. God Help Us". Y la verdad es que impresiona esta escena, que parece retrotraernos a los albores de nuestra civilización, recuerden Antígona. O recuerden La Iliada, en la que se pelea en torno a los muertos propios para que no queden en manos del enemigo y no sean entregados a los perros, privados de las honras que merecen.

En los comienzos de la civilización, mucho antes que esos dos ejemplos citados, están nuestros muertos. De ahí que ese abandono de los muertos sea una de las cosas que más me han impresionado de la tragedia americana. Sí, había otras preferencias, había que salvar a los vivos en una ciudad sumida en la desesperación y el caos. Pero fueran cuales fueran los motivos, el testimonio de ese abandono nos interpela. El silencio sobre los muertos, en esta catástrofe, resulta aterrador. No creo que sea un síntoma de ese tercermundismo al que tanto se nos remite estos días. Quizá tenga que ver más con la relación del Primer Mundo con sus muertos, con los nuestros.

Lo ocurrido estos días en Nueva Orleáns se ha convertido, quizá antes de tiempo, en presa política. Ya no se pelea en torno a los muertos para honrarlos y salvaguardar su dignidad, sino como mercancía del ventajismo político -lo hemos visto también en España este verano-. Se han hecho las cosas mal, es evidente, pero no conviene extraer conclusiones prematuras sobre el fin del imperio americano o sobre un mágico tiro iraquí que haya podido salir por la culata americana. Sí es muy preocupante que lo ocurrido haya tenido lugar en el país más poderoso, y, una vez salvados los vivos y honrados los muertos, los norteamericanos tendrán que preguntarse por los motivos de semejante desastre. ¿Menos Estado, como hasta ahora se venía predicando como fórmula mágica para satisfacer el optimismo de los vivos? Lo que el Katrina nos muestra, además de los muertos, es que hay demasiados moribundos en vida en el país que pretende superar la muerte. Nicholas D. Kristof decía en The New York Times que es lamentable que el índice de mortalidad infantil sea el doble en la capital de Estados Unidos que en la capital de China. De repente, parecemos descubrir sorprendidos que los pobres existen, y que existen los negros, y valga para todos los grupos humanos excluidos esa palabra, que la utilizo en su sentido más peyorativo.

Los norteamericanos tendrán que extraer consecuencias, sí, y esto quiere decir que también tendremos que extraerlas nosotros. Pese a su aparentemente exultante exhibición de poderío, hay indicios claros de que los norteamericanos comienzan a estar preocupados por el futuro de su hegemonía. La globalización tiene aspectos negativos, pero los ha tenido también muy positivos para zonas del planeta sumidas en la pobreza: el Este asiático, China, India, sería de desear que para Latinoamérica en un futuro inmediato. El neoliberalismo ha sido un instrumento globalizador de primer orden, hasta el punto de haber condenado a toda política de inspiración socializadora a las catacumbas de lo retrógrado. Pero la globalización lo globaliza todo, también al parecer la desgracia y la chapuza, y comenzamos a ver las fallas de una orientación que se presentaba como justamente equitativa, sin tener en cuenta las debilidades humanas.

También a los europeos nos asustan los efectos de la globalización, en cuya última oleada hemos ido más bien a remolque. Temerosos de ser relegados a un lugar secundario por las nuevas potencias emergentes, vemos inviable en las nuevas circunstancias nuestra economía social de mercado y tratamos de buscar otras fórmulas. La socialdemocracia europea se hundirá con Schroeder, si es que éste se hunde -aunque su decisión de adelantar las elecciones fue ya una declaración de impotencia-. En Alemania se cuestiona el sesentayochismo, como se viene haciendo en Inglaterra desde hace tiempo. Y Nicolas Sarkozy propone en la universidad de verano de la UMP "una estrategia de ruptura con los treinta últimos años". Es posible que haya que cambiar, en efecto, y que nos hallemos en el umbral de algo nuevo, rompiendo aguas. ¿Sabemos lo que vamos a parir?

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