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Columna
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El andamio

Hasta hoy nos habíamos librado, pero ya sabíamos que en cualquier momento nuestra esquina favorita acabaría entre rejas, encerrada en una jaula metálica que anularía, durante un tiempo indefinido, el uso y el goce de la menguada acera minada de bolardos que ya nos obligaba a caminar en fila india. El mínimo remanso de la esquina, un metro cuadrado de tierra liberada, era punto de encuentro de vecinos de paso, perros con collar y motos de todas las cilindradas, todo un modelo de aprovechamiento, un aprovechamiento quizás excesivo; si nuestra esquina hubiera estado en Barcelona el Ayuntamiento habría podido sancionarnos por "uso intensivo de la vía pública", pintoresca figura delictiva creada por las autoridades para retirar de las calles a las prostitutas, como anotaba Juan José Millás en su reportaje del último suplemento dominical de este periódico. A 300 euros la multa, tarifa catalana, el Ayuntamiento de Madrid, en un día ordinario, hubiera recolectado en nuestra esquina unos 30.000, según los cálculos de nuestro contable particular, que hace números todas las mañanas en una entidad bancaria próxima y por la noche divide, sin necesidad de calculadora alguna, las cuentas de las rondas que se pagan a escote, religiosamente; 30.000 euros que servirían para aliviar la enorme carga de tanta obra pública emprendida por ellos y financiada por nosotros.

Pero en Madrid el "uso abusivo de la vía pública" corresponde, sobre todo, al Ayuntamiento, que tolera y licencia a los reconstructores y rehabilitadores para que reconstruyan y rehabiliten varios inmuebles al mismo tiempo, hasta una docena por manzana pueden contarse; luego, los andamios, los contenedores y las operaciones de carga y descarga de materiales convierten la zona en horrísono infierno para viandantes y suplicio de conductores atrapados en un laberinto con más trampas que una película de chinos. Los orientales, ultramarinos y coloniales del barrio se lo toman con más paciencia. Hoy mismo, el propietario del minimercado de la esquina de enfrente contemplaba, desde el quicio de su comercio, el montaje de nuestro andamio, con sonrisa compasiva, o tal vez irónica, bajo sus lacios bigotes de Fumanchú; ya veremos cuando le toque a él. Le tocará, el plan de saneamiento, rehabilitación y remodelación del centro de Madrid, es exhaustivo y urgente. La profilaxis incluye, por supuesto, la erradicación de vecinos veteranos que pagan alquileres módicos y no pueden acceder a uno de los nuevos apartamentos que crecerán en su edificio sin vulnerar la apacible estampa de la fachada, engañosa estampa, pues, cuando terminen las obras, de los diez o doce pisos habrán salido cuarenta apartamentos, con ascensor, calefacción central, aire acondicionado y... sin plaza de garaje.

A la puerta de uno de los cuatro bares de nuestra esquina enjaulada, otro modelo de aprovechamiento, y sin miedo a incurrir en el abuso de acera penado por la ley, los parroquianos escuchamos las sombrías predicciones del contable. Cuarenta apartamentos significan 40 coches más sin sitio donde meterse, más del doble de los que había hasta ahora, y lo malo es que ya encontrarán por dónde meterlos. En respuesta a una objeción planteada por alguien del público, el contable, que por cierto, se llama Marcelino y estudió Sociología antes de "ingresar en la banca", confirma que, aunque en muchas de las antiguas viviendas vivieran familias o grupos familiares numerosos, comunas de estudiantes, o de inmigrantes, el parque automovilístico siempre sería menor, porque los nuevos propietarios de apartamentos "de lujo" tendrán más poder adquisitivo, como se deduce de sus adquisiciones, cada pareja tendrá dos coches y...

La charla se interrumpe, los abusadores de acera nos dispersamos para abrir paso a un automóvil reluciente y con los cristales tintados; es el coche de nuestra vecina Esperanza Aguirre que regresa, como casi todos los días, después de una agotadora jornada laboral, a su confortable y palaciego refugio familiar, unos metros más arriba, sin contenedores, sin obras y sin pintadas. Gloriosa excepción que nos enorgullece a todos, brindamos por ello y alguien propone la construcción de un aparcamiento para residentes en el subsuelo de su palacio, que tiene buenos cimientos y mucho espacio.

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