Risa industrial
A tortas con la vida (Antena 3) es una telecomedia en la que los personajes se comunican casi siempre mediante gesticulaciones y gritos. Describe un microcosmos urbanita y adosado, habitado por una fauna de clase media, menos popular que la de Aquí no hay quien viva y menos pija o quiero y no puedo que la de Mis adorables vecinos, por poner ejemplos de la misma cadena. Se insiste en el molde de muchos personajes, escenas breves y un humor que tiene la extraña virtud de no hacer reír. El metraje, antinatural e impuesto por la tiranía de la rentabilidad, obliga a rellenar unas tramas que, más depuradas, no parecerían un mecánico esfuerzo por entretener. Ningún conflicto dura lo suficiente para aburrir pero tampoco se producen escenas dignas de recordar, quizá porque la voluntad de aceleración impide distinguir lo relevante de lo insulso. Se combinan líos de vecindario y peleas de pareja con cambios laborales y familias de abuelos, hijos y nietos. Ya no son figuras tradicionales. Los abuelos juegan a la PlayStation o toman Viagra y los nietos chulean a sus padres. Suegras entrometidas, algún que otro niño repipi y una legión de adultos atrapados bien por matrimonios de calzonazos y mandonas, bien por una tendencia compulsiva a la separación. En el apartado profesional, la oferta se diversifica. Hay una presentadora de televisión, dos cirujanos plásticos (versión castiza de los de Nick-tup), un jardinero jeta y una pareja de pasteleros a su pesar. También hay un asistente gay. La idea sigue la evolución que va desde el servicio doméstico de Gracita Morales o Rafaela Aparicio, pasando por la asistenta rusa de Mis adorables vecinos, y culmina ahora con este personaje interpretado por Josep Julien, al que, pese a sus esfuerzos, nunca dejaremos de ver como el pesado del anuncio de Telefónica.
Este estreno invita a reflexionar sobre la industria de la telecomedia. El mercado reclama series de este tipo que refuerzan la industria con una factura eficaz o, como en este caso, simplemente resultona (lastrada, repito, por el metraje excesivo). La diferencia entre unas y otras, aparte de un éxito de audiencia que depende de bastantes factores previsibles y mucho del azar, se basa en la calidad de los actores (Los Serrano) o el tono (Farmacia de guardia, ejemplo de ternurismo, o Aquí no hay quien viva, que supo retratar el aspecto más mezquino de la condición de inquilino-propietario). Por ahora, A tortas con la vida no aporta nada excepcional. Tiene actores y situaciones para hacerse un hueco en una franja horaria que no admite innovaciones pero está lejos de telecomedias para todos los públicos, igualmente populares y exitosas, como Todos queremos a Raymond.
[A tortas con la vida fue visto el pasado martes por una media de 3.406.000 espectadores, con una cuota de pantalla del 24,7%].
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