Una energía contagiosa
De los dos programas que la Orquesta Nacional de Rusia, dirigida por Mikhail Pletnev, ha traído a la Quincena Musical de San Sebastián el primero de ellos se inscribe en el ciclo Acordes de paz y guerra, una oportuna serie de conciertos que hacen referencia a los 60 años del final de la II Guerra Mundial. Estuvo dedicado íntegramente a Dmitri Shostakóvich. Las razones de la elección son obvias y más aún al contar con una orquesta y un director de Rusia.
El segundo programa rodó alrededor del excepcional violinista Maxim Vengerov, que asumió la parte solista del Concierto para violín, opus 61, de Beethoven, y tuvo como epílogo una selección de La bella durmiente del bosque, de Chaikovski, con arreglos del propio Pletnev, un consumado especialista en este compositor, del que ha grabado una integral estupenda de sus sinfonías con esta misma orquesta.
La Orquesta Nacional de Rusia es poderosa y cautiva por su contagiosa energía. Sin embargo, no es áspera ni agresiva, o a lo sumo su agresividad es afable, más centrada en el volumen que en el color. El viento-metal está a todo tren pero transmite una sensación de cohesión; el viento-madera es, instrumentista a instrumentista, de una calidad extraordinaria. Y las intervenciones solistas, del concertino a la arpista, son impecables.
Autoridad
El pianista y compositor Mikhail Pletnev dirige con autoridad, sin necesidad de forzar el autoritarismo. Marca excelentemente y en ningún momento se deja llevar por la rigidez, aunque sí por un concepto disciplinado. Cuando acompaña en los conciertos regala libertad y vuelo a los solistas, bien sea el violinista Maxim Vengerov, al que llevó con mimo y éste respondió con una deslumbrante actuación, de un sonido y un fraseo de terciopelo, o bien sea el violonchelista Georgy Goryunov, con el que consiguió un concierto de Shostakóvich sobrado de poesía y misterio.
Fue impetuosa y espectacular la Obertura festiva, de Shostakóvich, y brillante la versión de su Novena sinfonía. Es probable que el primero de los programas fuese más atractivo, incluso desde la concepción global, pero el segundo contó con un músico fuera de serie como Maxim Vengerov y con una atractivísima lectura de un vals de Chaikovski, a medio camino en los juegos de evocaciones entre Tolstói y Dostoievski.
Mikhail Pletnev es un director, por encima de todo, serio, y la Orquesta Nacional de Rusia es, entre otras cosas, un conjunto sólido y rotundo. Dejaron buena impresión. No es su forma de tocar la que ahora se lleva mayoritariamente. En ese sentido, puede parecer algo antigua. Pero sus realizaciones son tan consistentes que se agradece esa activación de la memoria musical e interpretativa.
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