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Columna
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150 por hora

Verónica, una prostituta que presta ahora sus servicios en la zona de Cuzco, le reveló sus tarifas a Susana Hidalgo en estas páginas -150 euros por hora- y la retó después con tonillo de eficiente vendedora: "Estos precios no los encuentras en ningún lado". Es fácil pensar que las meretrices vuelven a la selecta zona de Capitán Haya y Sor Ángela de la Cruz no sólo porque los vecinos de Centro o de Villaverde las han ahuyentado montándoles un guirigay, sino para contar con una clientela más distinguida que paga más caro su lujuria. Y los porteros de los espacios de alterne del barrio manifestaban el mismo convencimiento en el reportaje al que aludo: "Aquí vienen muchos clientes con clase, y quizá por eso, a su reclamo, están quedándose prostitutas por los alrededores".

Pero si, según Verónica, por menos de 150 euros la hora no hay quien fornique en Madrid con las chicas de la calle, los aficionados a la prostitución o los necesitados de ésta por prescripción facultativa acabarán trasladándose del sur al norte de Madrid por una simple cuestión de precios. Porque para esta afición o, si se quiere, este vicio, que vicio no sólo es "falta de rectitud o defecto moral en las acciones", como bien sabe el psiquiatra religioso al que pueda enfrentarse un putañero, sino también, entre otras cosas, "aficionarse a algo con exceso", todo tratamiento pasará por la búsqueda de la abstinencia, como sucede con el ludópata, aunque ignoro si con algún sucedáneo y de qué tipo. Y no creo que a nadie le extrañe que los médicos puedan llegar a prescribir a sus pacientes irse de putas; casi todos hemos tratado o trabajado con gente cuyos desequilibrios vienen dados por una notable carencia de relaciones sexuales y de dificultades psicológicas para establecerlas. Tampoco hay que descartar que un psiquiatra católico que siga sosteniendo que la homosexualidad es una enfermedad, que hay alguno, recomiende a un piadoso paciente gay que llegue a entregarse a él con la confianza que merece su ciencia la experiencia sexual con tarifa.

Y si menciono estos casos es sólo para que se recuerde cómo, al margen del serio debate entre quienes ven en la prostitución una vejación de la mujer, abocada a la indignidad por la pobreza, y quienes defienden el derecho de la mujer a trabajar con su cuerpo como le dé la gana, no todo el mundo contrata los servicios de una prostituta por mero placer, con lo que el gasto que supone irse de putas puede pasar a la partida de ocio y recreo, sino que hay quienes por motivos de salud han de registrar forzosamente estos gastos en la partida de Sanidad. Así que, más que interesarse uno por el fracaso del combate de la prostitución callejera por parte de nuestra alcaldía, de modo que la acorrala en Montera y le reaparece en Cuzco, hasta que en otoño, como ha prometido, salga la ciudadanía de Cuzco a la calle a espantar al diablo, para que reaparezca de nuevo en Villaverde, empieza uno a inquietarse por la desigualdad que supone el disfrute de la prostitución si un polvo de una hora, según la módica tarifa de Verónica, se lleva una gran parte del salario mínimo.

Y como tampoco quiere uno dejar de tener en cuenta la igualdad de género, se pregunta a cómo andará la hora de puto, aunque la prostitución masculina -chaperos aparte- presente una trama más sofisticada de contactos por medio de anuncios en periódicos, teléfonos especiales o Internet, con empresas mediadoras que deben incluir el IVA en la factura. De lo que se deduce otra terrible desigualdad: la de la putañera frente al putañero. Por eso, mientras los expertos resuelven si lo conveniente es legalizar este oficio o exterminarlo y el alcalde busca fórmulas de erradicación que le eviten movilizaciones vecinales periódicas, habrá que reclamar igualdad para todos en relación con unos derechos que a 150 euros por hora se ponen imposibles. Y reclamar, además, otra igualdad: la tributaria. Seguramente, Verónica tiene razón y sus servicios son muy baratos, pero Hacienda no ve un céntimo de los ingresos de Verónica y sí lo ve de los nuestros, con lo cual el alcalde tiene ahora la ocasión de pasar el problema al Gobierno central, y más concretamente a Pedro Solbes, de acuerdo con la estrategia autonómico-municipal del PP, para que sean los inspectores de Hacienda los que persigan a las meretrices, que llevan en el bolso la máquina de la tarjeta de crédito o bacaladera. Aliviarían así a la policía de la persecución de una economía sumergida que se oculta en Montera como el Guadiana, reaparece en Cuzco y puede desembocar cualquier día en los Jerónimos.

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