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LA VENTANA DE GUERRERO
Columna
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Recuerdos de infancia

Creo recordar la visión que tenía del mundo adulto cuando era un niño. Lo más determinante eran las distancias. Los escalones de la puerta de la casa de verano eran al principio casi insuperables. Luego, claro, año tras año, esta dificultad se convirtió en la medida de lo crecido durante el invierno. Sentado a la mesa recuerdo el inmenso plato a la altura de la barbilla. Costaba alcanzar el tesoro, aunque, también es verdad, cada verano costaba menos.

Pero lo que más recuerdo es el empeño del mundo adulto en envolvernos en un mundo aparte, en, digamos, un mundo infantil... como si las distancias no fueran ya suficiente barrera. Lo comentaba con otros niños iniciados en la cuestión. ¿Por qué nos hablan así, como cantando con gallos agudos, cuando entre ellos no lo hacen? ¿Por qué nos pellizcan las mejillas si ellos no se las pellizcan? Nosotros los niños queremos participar del mundo adulto. Preferimos ir de paquete en una moto de verdad que jugar con una moto de plástico, preferimos intervenir en vuestras conversaciones que escuchar cuentos.

Para ser exactos, los niños no se aburren con las cosas para niños, sino con aquello que los adultos creen que es para niños: una caricatura grotesca de su propio mundo

Con estos recuerdos en mente describo la fotografía de Guerrero. Las dos niñas se visten de novia en un día señalado de la primavera. En principio hay ilusión en ello, como todo lo que uno ve hacer antes a niños mayores. ¡Ya me toca mí! Ellas de novia, ellos de oficial de la marina. El blanco es la pureza. (Será por la nieve de las montañas: ocho de cada diez marcas de agua mineral exhiben una montaña nevada en su etiqueta). Pero el modelo cambia: una lleva uno tipo traje de noche, la otra uno más bien popular. Se dan la mano y comparten el trance. Con la mano libre ambas se agarran la falda. La del traje más popular está un poco tensa. Desde el lado adulto le están pidiendo que sonría y ella casi lo consigue. La del traje de noche está más distraída. Una paloma acaba de posarse en el tejado de la iglesia. ¡Qué bien vuela! ¡Qué bien poder volar! ¡Qué libertad eso de poder elegir indistintamente arriba, abajo, derecha o izquierda! ¿Sería mucho pedir salir volando ahora mismo de aquí por encima del campanario?

En el rincón inferior izquierdo de la fotografía, el genial fotógrafo permite que un adulto meta literalmente la pata. Da idea exacta de las distancias. No todo el mundo es consciente del tamaño de una niña de siete años. La inclusión disipa cualquier duda. También recuerda que el mundo infantil es el de más allá, que el mundo adulto es el de más aquí y que la frontera está en el plano que contiene la fotografía.

Hoy estoy convencido de que las cosas para niños no les gustan ni a los niños. ¿Estética infantil? ¿No será un malentendido? Los colores vivos y formas redondas y grandes están bien para los bebés que no disponen aún de la plenitud de sus cinco sentidos. A los niños les gustan los dibujos animados, sí, pero también a los mayores. El circo interesa a los pequeños, sí, pero no más que a los mayores. ¿Museos para niños? Cualquier niño encuentra más emociones en un museo para adultos que en un museo diseñado para niños. Si mi memoria no me traiciona y mi observación no me engaña, la infancia es la única etapa de la vida en la que los individuos tienen prisa para que el tiempo pase lo más rápidamente posible. Las cosas son de dos clases: las de verdad (para adultos) y las de mentira (para niños). Para ser exactos, los niños no se aburren con las cosas para niños, sino con aquello que los adultos creen que es para niños: una caricatura grotesca de su propio mundo. Pero resulta que el Homo sapiens es un caso de lo que en biología se llama neotenia; es decir, a diferencia de otros primates, y de ahí quizá su éxito, el ser humano mantiene rasgos juveniles durante toda su vida. Luego ¡no hace falta distorsionar nada! El mundo adulto ya es, con perdón, suficientemente infantil en sí mismo.

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JOAN GUERRERO

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