Coleccionistas de basura
Los servicios sociales municipales atendieron el año pasado a una veintena de ancianos con el 'síndrome de Diógenes'
Cuando encontró un chopo en el pasillo de su piso, la esposa de Manuel decidió que había llegado la hora de ingresar a su marido en un hospital psiquiátrico. Antes había tolerado que acumulara toneladas de basura en el trastero hasta inutilizarlo, cinco frigoríficos resultaron insuficientes para los desperdicios que apilaba y también el salón quedó bloqueado por los trastos.
Las excentricidades de este vecino de Leganés comenzaron cuando se dio un golpe en la cabeza en una obra de su finca. La falta de riego en una región cerebral le ocasionó un trastorno mental orgánico. La acumulación de basuras era un síntoma más de su patología.
Esta enfermedad se conoce como síndrome de Diógenes, en alusión al filósofo griego del siglo IV antes de Cristo, que vivió en la más absoluta austeridad y criticó sin piedad las instituciones sociales. Los que padecen el síndrome, más extendido entre personas mayores de 65 años que viven solas, suelen sufrir algún tipo de trastorno mental -delirios paranoides, esquizofrenia, demencia senil, psicosis- y recogen y acumulan gran cantidad de objetos inservibles. Se abandonan, tanto en la higiene como en la alimentación.
"Es difícil resolverlo si no hay una denuncia previa", asegura una asistente social
Enrique García Bernardo, responsable del servicio de Psiquiatría del hospital Gregorio Marañón, explica que está relacionado con conductas obsesivas. "Hay pacientes que acumulan cosas de manera obsesiva negándose a tirar los objetos, que van configurando un mundo propio y es como si acabaran convirtiéndose en parte de sí mismos. Por eso les cuesta tanto desprenderse de ellos", aclara. La inseguridad y el miedo extremos, ligados a la soledad, también engendran a veces el impulso de acumular cosas. El amontonamiento actúa como un muro protector. Son una especie de coleccionistas sin criterio, guiados por la necesidad de acumular compulsivamente para sentirse protegidos en su madriguera de basura.
Los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid atendieron el año pasado a unos 20 ancianos con este síndrome, cada vez más común a medida que envejece la sociedad. En Madrid viven más de 600.000 personas mayores de 65 años. De ellas, un 23% viven solas. Pero los servicios sociales sólo llegan al 13%, según el informe Las personas mayores en España, 2004 del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.
La semana pasada el Samur Social sacó cinco toneladas de basura del piso de Felisa M. y José O., dos septuagenarios que llevaban casi un mes viviendo en el rellano de su domicilio en el distrito Centro. Era la tercera vez en 10 años que tenían que abandonar uno de sus domicilios.
Cada día Felisa M. volvía a casa con dos carritos de la compra repleta de "tesoros" hallados en los contenedores del barrio. La acumulación de trastos, ropa y desperdicios había atraído a los ratones. Los vecinos llevaban un mes denunciando que la pareja vivía, orinaba, dormía y comía, con sus cuatro perros, en la escalera porque ya no cabían en casa.
Los servicios sociales les limpiaron la casa, les asearon y ahora aseguran, desde la Junta Municipal de Centro que seguirán el caso de cerca y les incluirán en su programa de asistencia domiciliaria.
El procedimiento que siguen los servicios sociales en estos casos es siempre el mismo. Cuando un asistente social localiza un caso extremo de abandono, como son los Diógenes, si los afectados se niegan a recibir ayuda, el último recurso para intervenir es que un juez autorice el ingreso involuntario en un centro hospitalario. El año pasado en Madrid ocurrió con 228 mayores con diversas patologías mentales.
Es complicado dar cifras exactas del número de afectados por el síndrome de Diógenes. Según varios estudios, serían 1,7 de cada 1.000 ingresos hospitalarios. El año pasado en el Gregorio Marañón, que cubre una población de medio millón de madrileños, se atendieron más de 10 casos.
"Es difícil resolverlo si no hay una denuncia previa de los vecinos o familiares, porque los afectados por este síndrome se aíslan del mundo, y mantienen muy poca relación con el vecindario que sólo denuncia el caso cuando el olor se hace insoportable", explica Ana Santos, que lleva 27 años trabajando para los servicios sociales municipales.
Algunos especialistas señalan que a veces los afectados por este síndrome no muestran conductas extravagantes en su entorno, sino que es al llegar a sus casas cuando se parapetan en el descuido y la dejadez. En esos casos es difícil descubrir su estado, y es que son víctimas de una soledad mucho más profunda de la que aparentan.
Cuando a un Diógenes del siglo XXI le preguntan por qué vive en esa situación, o cómo soporta el olor, le quita importancia. Felisa M., por ejemplo, decía que la casa estaba "desordenada", que sólo era ropa.
"Estos argumentos son fruto de un delirio que se fragua durante años con parcial o nula conciencia de su enfermedad", explica García Bernardo.
Suele darse en personas solitarias, que acaban teniendo un carácter huraño. Pero a veces el delirio puede llegar a compartirse en lo que se denomina folie a deux (locura compartida) y el afectado acaba arrastrando a alguien cercano que esté dispuesto a compartir su enfermiza percepción de la realidad. También hace un par de meses el Samur Social tuvo que intervenir en un caso en el que los afectados eran una madre y su hija discapacitada.
En la puerta de la casa de Felisa M. y José O., mientras sacaban toneladas de basura, los vecinos del barrio comentaban en corrillo otros casos similares. "¿Lo ha denunciado?", le preguntaron a un señor con aspecto de paseante jubilado. Sólo acertó a responder: "¿Yo? ¡Cada uno en su casa que haga lo que quiera!".
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