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Pantallas planas | GENTE
Columna
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Viaje al país del videojuego

El prime time de las pantallas españolas se divide en dos. El problema es que el audímetro sólo mide las audiencias familiares del cuarto de estar y se olvida del resto, como si en España sólo existiera un único consumo de pantalla. Para ser rigurosos, los de Sofres deberían inventar un nuevo aparato y colocarlo a la hora punta en los salones de videojuegos de los centros comerciales. Si sumaran los dos prime time de este país, el del cuarto privado de estar ante el parpadeo analógico y el del salón público de los videojuegos adolescentes ante los juegos digitales, descubrirían que son muchas más las horas diarias en que los españoles matamos el tiempo delante de los rectángulos de cristal líquido, plasma o catódico. Y sin contar otros usos íntimos de la pantalla, como son las web, el messenger, los blogs, el porno de la Red o los bonus del DVD. Y en esto hay que medir las distintas distancias que nos separan de la pantalla, o de la política, según sean íntimas, familiares o públicas. Son negocios distintos.

Ayer mismo, me di una vuelta en plan 'menorero' por los salones recreativos de pago y quedé patidifuso

Por lo pronto, tenemos dos grandes prime time y no coinciden en el horario porque las aglomeraciones ante los videojuegos de los centros comerciales ocurren un par de horas antes del que señalan los informativos de las televisiones comerciales. Respecto al prime time de Internet, el tercer prime time, no sé teorizar porque las audiencias de lo íntimo son muy caprichosas.

El caso es que ayer mismo, al atardecer, me di una vuelta en plan menorero por los salones recreativos de pago (un euro por partida) de un gran centro comercial antes de encerrarme en casa con el prime time gratuito, redundante e intercambiable de las teles generalistas, y quedé patidifuso.

De entrada, o a la entrada del salón, es un promiscuo barullo de screenagers (cuándo inventaremos una palabra para el mismo fenómeno) de todas las clases sociales, sexos, logos, tribus, lacas coloreadas, perfumes estridentes, humos legales e ilegales y demás marcas territoriales del gueto adolescente. Me sentí como un capullín entrando en la hora punta en un salón del western salvaje y pidiendo en la barra un batido de colacao con temblores de Dean Martin en Río Bravo. Pero nadie levantó la vista de las pantallas de pago y sólo las minifalderas que jugaban al billar analógico, con el culo en pompa, me fulminaron con una mirada que decía: "Otro viejo verde". Pero estaba dispuesto a jugarme el tipo para fisgar las costumbres de los nuevos colonos del milenio.

Allí estaba, espléndidamente resumido, ese otro prime time del que nada dicen los de Sofres. En teoría se trata de lo mismo (las masas delante de la pantalla) pero había diferencias y no sólo de target generacional. Lo primero que me llamó la atención fue el audio. Acostumbrados como estamos a tragar en religioso silencio familiar el prime time de la pantalla del cuarto de estar, los decibelios eran escandalosos en este salón público, sólo comparables al griterío de esos platós de las tertulias rosa de nuestras tardes-noches, con o sin ex famosos del Gran Hermano. Y entendí el mensaje adolescente: ante las pantallas, queridos ancianos, no hay que callar como hasta ahora, sino gritar.

La segunda diferencia entre la sala familiar pasiva del cuarto de estar y la sala pública, mestiza y bullanguera del salón de los videojuegos, en sus respectivos prime time, no está en los contenidos, que son idénticos en un territorio audiovisual como en el otro, sino en la interactividad, o en la tecnoilusión de la misma. Para las jóvenes generaciones de screenagers se acabaron las pantallas planas, o con barriga catódica, que van por el monte solas, sin posibilidad de manipulación personal, que únicamente emiten de arriba abajo, sin el mínimo feed-back simétrico y sólo funcionan en una sola y autoritaria dirección, como los informativos, los talk-shows, los concursos o las tertulias de la papilla rosa/politiquera.

Mi conclusión, cuando salí vivo del territorio enemigo, es ésta: la diferencia sustancial, o filosófica, entre esas pantallas emergentes de los adolescentes videojuegos públicos del salón comercial y las muy familiares de la sala privada y comercial, nuestros dos grandes prime time, es sencillamente que una pantalla funciona en las dos direcciones, toca los cojones de los emisores únicos, cuenta intimidades impronunciables, apuesta en las ficciones por finales diferentes (binariamente, eso sí) y encima está al margen de los audímetros de Sofres.

A ver cómo resolvemos este gap generacional porque los publicitarios, que son los padres del audímetro, empiezan a salivar por esa otra audiencia de masas que se les escapa.

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