Más allá del horizonte
Terror? ¿Horror? ¿Angustia? ¿Pánico? Cuando Ulises desembarca junto a sus compañeros en la isla de Polifemo, el gigante les encierra en una gruta y procede a devorarlos uno a uno. Sin embargo, ahí está el versátil, el astuto, el ingenioso Ulises para lograr el vino soporífero que hará caer al monstruo en una embriaguez absoluta. Así el héroe perforará con una estaca ardiente el descomunal ojo único de la bestia. ¿Terror? ¿Horror? ¿Angustia? ¿Pánico? El crítico literario Pietro Citati en su imprescindible libro La luz de la noche nos explica a propósito del genio de Homero: "Cuando todo parecía ya sabido y apaciguado, él señalaba que allá, en el fondo, detrás de la línea del horizonte, había otros monstruos, otras magias, otros reinos de los muertos; que era posible conocer otros artilugios, nuevos embustes y nuevos dolores; y de tal suerte espabilaba y excitaba los ánimos serenos".
El monstruo ha pasado a ser la víctima en una terrible y a la vez encantadora comedia de humor negro
Eso mismo se puede decir con otras palabras: me refiero al lenguaje publicitario nacido del hábito a thrill by minute (un escalofrío por minuto) que animó desde mediados del XIX los puestos de feria ambulante de Estados Unidos. Y esas palabras hay que pronunciarlas, desde luego, con la inconfundible voz de Rod Serling: "Está usted viajando a otra dimensión. A una dimensión que no es sólo de visiones y sonidos, sino de la mente. Un viaje hacia un mundo fantástico cuyos límites son los de la imaginación. Ésta es la señal. Su próxima parada: la dimensión desconocida". Y la dimensión desconocida es La zona del crepúsculo (The twilight zone). Más allá del horizonte.
Desde la épica narrada por un
supuesto poeta ciego de la Antigüedad hasta los trillones de imágenes y rugidos de bestias en las actuales televisiones del mundo, tan sólo ha habido una mirada; esa misma que, contra toda razón, desea asomarse más allá de la razón "cuando todo parece sabido y apaciguado". Sabemos que ese asomarse causará miedo, pero será un miedo deseado, distinto al que nos provoca la ansiedad y la desgracia terrenas, quizá un fuste aún más torcido al torcido fuste de la humanidad del que hablase Kant y divulgara Isaiah Berlin. La sustancia humana que a un tiempo nos impide la libertad y nos impele a ella es la misma que nos arrastra por los caminos del miedo con una imaginación desbordada.
Para el norteamericano Noel Carroll, el autor de Filosofía del terror o paradojas del corazón, un auténtico tratado escolástico sobre, en denominación del autor, el "terror-arte", lo que podríamos llamar "terror por amor al terror", las invenciones de monstruos y actos sobrenaturales que sabemos falsos y aun así nos asustan, nacen a mediados del siglo XVIII como un extraño tumor palpitante del diáfano Siglo de las Luces. Aunque uno no pueda estar de acuerdo en la fecha de nacimiento del fenómeno, porque ahí está el ojo de Polifemo para demostrarlo y también la convicción de que nuestros antepasados no eran más idiotas que nosotros -sería muy difícil-, me parecen pertinentes las dos cuestiones en que Carroll basa su tratado. A saber: 1.¿Cómo puede uno tener miedo de aquello que sabe que no existe? y 2.¿Por qué habría de estar alguien interesado en el terror, dado que estar aterrorizado es tan desagradable?
Sus respuestas, a grandes rasgos, concluyen en lo siguiente: "Si me inoculo terror me vacuno de mayores terrores". Esto podría ser cierto en el caso de su terror-arte, que sólo se ocupa de monstruos convencionales inventados por el hombre. En efecto, si me encuentro con Drácula, quizá tenga menos miedo de Drácula; pero ni mil atropellos que vea en el cine me librarán del espanto de un atropello real. Aún así cito el libro, por su carácter exhaustivo, tanto en reflexión como erudición, y resultar un auténtico compendio de títulos de novela, cine y televisión, una guía muy útil para el aficionado al terror con un enfoque muy distinto a cómo se suelen tratar las muchas vertientes del género. Se puede llegar muy lejos y pasar ratos muy distraídos discutiendo con Carroll, al tiempo que se repasan títulos pioneros como El castillo de Otranto hasta obras maestras (que se desean menores, pero en muchos casos son mayores) de H. P. Lovecraft, Ira Levin, Stephen King o de dos de los grandes maestros de la narrativa del siglo XX: J. G. Ballard y Richard Matheson.
Es importante resaltar que, en
los últimos veinte años, el terror y los monstruos se han divorciado o, al menos, viven en separación de bienes. Por un lado, el género del terror ya no se usa para provocar miedo, o al menos lo hace en muy pocas ocasiones: el género ha tomado demasiada conciencia de sí mismo y de sus patrones. Cuando no se trata directamente de terror-ridículo, hablamos de terror-irónico o del más interesante terror-humorístico. Y al nombrar este último no me refiero a Abott y Costello contra los fantasmas o a Scary Movie, sino a lo que podríamos llamar redención tragicómica del monstruo.
El monstruo ha pasado a ser la víctima en una terrible y a la vez encantadora comedia de humor negro. Y ese enfoque, que parte de Kafka antes que de los pétalos y luego, ¡chof!, la niña, en algunas versiones de Frankestein, tiene un claro exponente en las mejores películas de Tim Burton y marca un progreso en nuestra búsqueda de los márgenes del terror: primero fue lo que estaba más allá de las fronteras de nuestro conocimiento físico; después nos dedicamos a bucear en nuestros propios fantasmas interiores, raspando los arquetipos junguianos; en tercer lugar, se avisó desde mil tendencias diversas sobre la posibilidad que marcaban las aberraciones de la propia ciencia; ahora el anhelo es saber que las antiguas fuentes del miedo vagan en la noche, poseedoras de una lucidez que hemos perdido, por despreciarla, quizá, o por temerla como sólo se puede temer al miedo.
]]>Filosofía del terror o paradojas del corazón.]]> Noel Carroll. Traducción de Gerard Vilar. La Balsa de la Medusa. Madrid, 2005. 447 páginas. 21 euros.
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