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VISTO / OÍDO
Columna
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El accidente

Si alguien dice que cree que el suceso de Afganistán fue por un error del piloto, se le reprende. Se roza la Institución, y eso puede tener consecuencias desagradables. Y si la misma desventurada persona insiste en que el suceso de Roquetas de Mar debe comenzar a resolverse por la destitución del director general de la Guardia Civil, es considerada como elemento disolvente. Es otra Institución. Cuando pasa con cuerpos civiles y no se implica al Estado, son ellos los que responden en forma de gremialismo: parece que se duda de su honor -qué tendría que ver, aunque la hipótesis fuera cierta- general.

A veces es un sexo entero el que se enfada por un anuncio, por una valoración, por una duda. Estas defensas son contrarias no sólo a la democracia, sino a la civilización en sí: ante cada hecho hay que estar atento a sus causas y a sus posibles repeticiones. Las reacciones oficiales tienden, en cambio, a la hiperprotección de sus sujetos que siempre tienen que tener razón. Recuerdo la censura de una película que interpretaba Fernando Rey -me lo contó él-: la Guardia Civil dispara contra un coche que huye, y no le alcanza; eso es imposible desde el punto de vista censor, porque la Guardia Civil no yerra nunca. Y en un periódico se publicó una foto genérica para la inauguración de curso: el maestro escribía el tema, que era "Don Ramón y Cajal", en lugar de Don Santiago Ramón y Cajal. El periódico fue cubierto de insultos y atacado de distintas maneras por los maestros y se concluyó que la foto no se debía haber publicado nunca. Cuando se eleva la anécdota a categoría puede ocurrir la desdicha británica: la protección al asesino del pobre brasileño porque cubrieron la orden de tirar a matar contra los sospechosos. Se prefiere la acumulación de mentiras para taparlo, y culpar a los extranjeros y castigarles con expulsión si difunden el odio o apoyan ideas que conduzcan al terrorismo. Ese gremio, el del extranjero en Londres, no puede quejarse: no es una institución.

Si no se es una institución se puede caer en las culpas de todo: los Estados, por ejemplo, castigan cada vez más a los automovilistas por los accidentes, e insisten en su culpabilidad, y no a los azares misteriosos de la desgracia o a las carencias de las instituciones que intervienen en el tráfico. El endurecimiento de las leyes en general para desterrar problemas sociales se utiliza cada vez con más fuerza; las veo crecer desde siempre, al mismo tiempo que crecen los delitos reprimidos. Que quedan sin estudio social.

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