Nuevo ataque al 'Olimpo de los celtas'
El monte de O Pindo, con 1.200 hectáreas calcinadas en cuatro días, había sufrido varios incendios desde que fue arrasado en 1989
"Dentro de un año tenemos otra vez monte. Pero, ¡para qué, joder!, si dentro de cuatro volverá a arder". David Trillo, vecino de la zona, se refiere al monte de O Pindo, 1.200 hectáreas de bosque de Carnota (A Coruña) que el fuego ha reducido a una mole de granito y ceniza. Un monte mítico para muchos. En lo alto quedan restos de castros (poblados celtas), una calzada romana y mucha leyenda por debajo, entre la gente. "El Olimpo de los celtas", que lo llaman en los pueblos de su falda: en Quilmas, en A Curra, en Pindo, en los alrededores, "y en toda Galicia", remata Rafa Mouzo, ex alcalde de Corcubión. Pero una montaña que ya no da de comer a nadie. Nadie ha evitado tampoco los incendios que la arrasan cada cierto tiempo desde finales de los ochenta. El peor, en 1989.
El monte se levanta 600 metros desde el mar, sobre la misma Costa da Morte; en concreto, frente al cabo de Finisterre, donde vino a dar buena parte del chapapote del Prestige. Un paseo por la carretera que lo bordea siguiendo el litoral pone en crudo las mejores leyendas. La tierra está quemada desde la cuerda de la cresta hasta el mar.
Sólo mucho trabajo y algún milagro pueden explicar que no ardieran más casas con las llamas que se iniciaron el domingo; apenas alguna pared tiznada, en medio de tanta tierra quemada. El fuego entró en algunos patios, quemó huertos, abrasó los tallos de las coles, tumbó postes del teléfono y alguna farola y pasó por debajo de muchos hórreos, esos graneros gallegos levantados sobre el suelo. "Los municipales vinieron el domingo por la tarde para que nos marcháramos", recuerda Pepe, vecino de A Curra. "¿Adónde?", dice que les preguntó. La mayoría aguantaron. "Mientras haya agua, hay manguera con la que defenderse", pensó.
Xosé Manuel García es el alcalde de Carnota (BNG), el municipio al que pertenece O Pindo, y lleva días refiriéndose al paralelismo cromático-trágico del Prestige y los incendios de esta semana. "Son dos mareas negras", insistía ayer. Son también dos puntos de referencia para la crecida y el rebufo de otra marea, la humana, que ha llegado hasta aquí en estos tres años. "Todos los voluntarios que vinieron a retirar chapapote -hasta 100.000 llegaron a ayudar aquí- han hecho de altavoz para el turismo", explica. Muchos de ellos han vuelto y otros vienen porque esta gente les ha hablado del lugar.
"Eso es un valor incalculable que no sabemos ahora en qué va quedar tras los incendios", agrega.
Además de los factores inevitables, como la sequía o el viento, en la zona están en general convencidos de que la política de reforestaciones es básica para evitar la fácil propagación del fuego. "Repoblar con eucalipto y pino es condenarnos a que vuelva a arder", afirma Felipe Sendón, secretario de la Comunidad de Montes de San Samede, junto a O Pindo. Eso es justo lo que se viene haciendo.
En Corcubión, por ejemplo, que también fue arrasado en el incendio de 1989, abundan desde entonces los eucaliptos. Y aquí se ven los esqueletos de los pinos jóvenes. Como Sendón, Rafa Mouzo, ex alcalde de Corcubión, y Xosé Manuel García, regidor de Carnota, coinciden en que hay que privilegiar el roble, el castaño, los abedules o los sauces, que resisten mejor. No son tan combustibles. Tras los incendios de 1989, Sendón cuenta que se manejó un proyecto de repoblación con esas especies. "Lo rechazaron por caro -costaba 650 millones de pesetas- y se acogieron a otro de 400. Así nos ha ido", se lamenta este hombre de monte, el único que todavía lo trabaja y vive de él, amen de los funcionarios. "Además de tantas declaraciones y protecciones de los ecologistas, hace falta gente que trabaje el monte de verdad. A veces hay que desbrozar un río y cortar los árboles, y no por eso se está atentando contra nada". Sobre el monte de O Pindo, por ejemplo, advierte de que no tenía "ni un acceso en condiciones", lo que hubiera facilitado las labores de extinción.
En éste, como en otros muchos montes de Galicia, quedan ya sólo los que en otro tiempo vivieron de él; y por tanto lo trabajaron y lo limpiaron. Hoy hay muchas fincas abandonadas, entre el arbolado y los núcleos de población, que además las administraciones no pueden entrar a limpiarlas porque son propiedad privada. "Anoche [por el martes] había 80 o 90 voluntarios intentando ayudar a las brigadas y los bomberos. La media de edad serían 70 años", explica Felipe. "¡Los jóvenes están en Canarias! Aquí no hay nada", remacha Rafa. Los que quedan trabajando de pescadores o en la marina mercante, como David Trigo, de 26 años, hacen lo que pueden. "A mí me encanta todo esto, y sólo queda la cara norte sin arder. En junio planté 40 pinos y quiero subir a ver si se salvaron", explica.
Por la cresta de la sierra de San Samede, donde no saltó el fuego, siguen girando los molinos del parque eólico -"somos la segunda zona eólica de España, después de Tarifa", asegura el alcalde de Carnota-. El viento que estos días azuzaba el fuego, anoche acercaba las nubes. Y la Xunta levantaba el máximo nivel de alerta.
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